miércoles, diciembre 07, 2005

Reflejo

Abriste los ojos y miraste a tu alrededor. Que día de mierda, dijiste, y te quedaste "10 minutitos más" en la cama, total "no le hacen mal a nadie". Te esperaba un día aguerrido, por eso el calificativo despectivo, pero en definitiva era lo que vos habías elegido (en el fondo, creías merecer el premio al mejor auto-sugestionamiento conformista), y por eso te lo tragabas sin decir ni “mu”.

Cuando por fin venciste a las garras de la cama, te levantaste, fuiste al baño, hiciste cosas de baño... te quedaste media hora mirando al espejo, sin llegar a comprender completamente la figura que se dibujaba tras su ventana. ¿Cómo sería el mundo si los espejos nos mostraran realmente como nos ven los demás y no solo un imitador invertido? Te justificaste diciendo para vos que "todo el mundo hace lo mismo" y así creíste comprar una dosis de sosiego para lo que venía. Cuando la charla se tornó superflua, te diste media vuelta, cagaste una miseria, te levantaste y fuiste a desayunar.

La heladera estaba vacía. Puteaste de variadas formas contra inquilinos invisibles hasta recordar que el único ser que habitaba ese suelo eras vos. Sentiste cierto rumor de estupidez, pero no le diste bola porque "tenías cosas más importantes que hacer".

Café con leche, dos tostadas, un poco de manteca, agradecés que todavía queden dos naranjas en la heladera, te hacés un jugo y comés casi por instinto, no sabiendo decir si estaba rico, feo o insulso.

Salís, te sentís culpable por la hora, y seguís caminando. "A todo el mundo le pasa", te consolás.

Las siguientes horas pasan como un tren en Once a la hora pico. Parpadeás y te encontrás caminando como un perrito a cuerda de vuelta a tu casa.

Ya es de noche cuando llegás a tu casa. Repetís el ritual del espejo mostrándote tu cara demacrada por la rutina, pero esta vez no le das importancia y seguís. Te invade un aluvión de ideas inconclusas. Puteás de nuevo, agarrás el teléfono, marcás, esperás, esperás, colgás, repetís, y te rendís ante la negativa inconciente del "teléfono de mierda".

Prendés la tele para ver si "hay algo", pero lo único que te da son comerciales de productos milagrosos de dudosa eficacia, telenovelas que parecen cortadas con el mismo cuchillo, videítos de nenes jugando a tocar instrumentos y romper cosas con boludos que los festejan, películas vacías de "jolibud". El noticiero amarillista por descarte parece ser lo único “mirable”, pero ya te está venciendo el sueño, y escuchás el murmullo de la cama llamándote. El canto de esa sirena diabólica con forma de heladera acostada te termina de hechizar, y caminás hacia ella como por inercia.

Te dejás caer como el peso muerto que ves cuando mirás el espejo mientras comparás tus días con muñequitos "made in China" producidos en serie. Tus ojos asesinan al día que termina, sin pensar en que mañana volverá a nacer, y la calesita sin dueño seguirá, y seguirá.

lunes, diciembre 05, 2005

Sin Túnel

Figuras humeantes,
bailarinas flotantes.
Atraviesan mi piel,
aplacan mi sed,
me alimenta tu ser.

Dulce sol empalagoso
Brillante luna candorosa.
La niebla se disipa,
la mente se me anima,
la sangre me domina.

Despertar cual llama,
vivir cual brasa.
El nuevo aire me estremece,
la razón se me enceguece,
tu mirada me enloquece.

Pellizco tras pesadilla,
tormenta tras sequía.
Se estrella en mi cara,
te siento en mi alma,
las palabras ya son nada.

jueves, octubre 27, 2005

76

Veo mutar el horizonte a 76 KM por hora. Lo suficientemente rápido como para llegar a destino sin caer en las garras de la penumbra. Lo suficientemente lento como para saborear cada centímetro de tiempo que se estrella contra mi cara, alejándome de mis viejos hábitos y vicios. Solo un par de horas, no pido más pero tampoco menos. Ni siquiera me importa que sea una ilusión, siempre y cuando nadie se interponga entre el lienzo y yo, el artista que lo alimenta con recetario propio.

Se me rompió el retrovisor; nunca voy a saber si se rompió a si mismo, cansado ya de mi insistencia y mis nostalgias, o si lo rompí yo porque ya no soportaba su inversa y tentadora forma de mostrarme la realidad. De cualquier forma, era un bien prescindible al igual que lo eran los vidrios. No, no los rompí. Con ellos mi trato fue diferente, casi preferencial diría yo. Le encargué a un chapista que los quitara con paciencia y dedicación, y los guardara cuidadosamente en el baúl por si algún día los llegaba a extrañar o las circunstancias me obligaban a recurrir nuevamente a la invisible sensación de sosiego que ellos gentilmente me brindaban.

Sin notarlo, mi pie derecho se hunde y las formas a mi alrededor comienzan a mutar sutilmente. Paso los 100 KM por hora, pero la diferencia ya es relativamente nula. Un poco más profundo, y ya doblo mi velocidad inicial. El dulce tiempo se amarga, el lento tiempo se escapa. Freno, miro, dudo, avanzo. Mi viejo vehículo va quedando atrás junto con los pocos objetos que todavía me quedaban.

No se dónde estoy. No me importa donde estoy. Ahora soy libre.

Si, por fin libre.