lunes, septiembre 25, 2006

Circular

Blanco negro
vida muerte

vos yo nos
puente inerte

ojo amarillo
techo añil
flor amarilla

encontrarnos
perdernos
encontrarnos...

lunes, septiembre 11, 2006

Carmín

Cual sueño, vida:
Vuelas, desciendes, pero
siempre terminas.


Amanecieron tus ojos errantes. La blancura aséptica del día los cegó con saña durante esos instantes que aprovechaste para hundirte entre tus sábanas blancas con la almohada incondicional entre tus brazos. La ventana gritaba nubes (la muy desgraciada). ¿Para qué ibas a querer más nubes? No, gracias, y con cierto dejo de timidez te empezás a reconciliar con el techo blanco y el día enano. El cielorraso se deja mirar, palpar, casi acariciándote desde arriba, como una madre sobreprotectora; pero claro ¿cómo te vas a acordar de eso? Fue hace tantos septiembres…

Como escapando del asedio luminoso del ambiente, buscás refugio en la tiesa calidez de la plaza libre de tu cama girando levemente la cabeza hacia tu flanco izquierdo y acurrucándote entre tus propios abrazos secos. Y sí, nada. Nada no como cuando uno en realidad piensa Todo, sino Nada como Nada de Nada. Nada como los seis meses que bastaron y sobraron para enfriar un colchón blanco en una pieza blanca. Mirás las nueve que se asoman desde el despertador hoy mudo por el fin de semana, y te dejás envolver nuevamente, quizás esperando que algo, alguien o nada te obligue a dejar el lecho mortuorio en que yacés a diario.

Dos minutos son resortes, y ella es algo, alguien, nada y todo, parada a los pies de tu cama, hermosa como siempre, nunca y jamás quizás, con sus enormes esmeraldas visuales, la cascada negra sobre sus hombros delgados (desnudos obviando los breteles) y el camisón blanco que tanto te gusta haciendo juego con la pieza blanca de techo blanco y ventana nublada. Tardás un poco en adivinar su silueta bajo las telas semitransparentes del camisón blanco que tanto te gusta (y que hace juego con la pieza). La mirás, recorrés, explorás, aprendés, aprehendés, comprendés, pero no, no comprendés en realidad. No terminás de comprender la escena. Ella, ahí, parada a los pies de tu cama, hermosa como siempre, lo revisás y analizás aún luchando contra la letárgica modorra en que ayunás. Lo mismo: ella, ahí, parada, mirando, recorriendo, explorando, sonriendo... sí, te sonríe; mirala. Mirá como la sonrisa deviene en una mueca sardónica que invade por completo su semblante. Mirá como las carcajadas empiezan a brotar con tanta euforia que se le terminan cayendo, vencidas, las lágrimas, las piernas, los brazos, la cara, la risa, pelo, manos, hombros y de repente ya no es más que un bulto tembloroso yaciendo a los pies de tu cama, luchando por no ahogarse en un océano implacable desbordado entre sollozos.

Reptás lentamente; te abrís paso entre la jungla incomprensible de sábanas enmarañadas indistintamente hasta llegar al borde, al quiebre, al abismo, pero ella ya es tarde. Su espalda se te escapa rabiosa corriendo por el pasillo que da al comedor pintado de blanco. Te calzás lo primero que encontrás (luminoso y sedoso, que descansa sutilmente sobre el suelo frío y lustroso) e intentás seguirla, apurando la marcha por el pasillo que da al comedor pintado de blanco. El pasillo, con su tentador espejo mirando de reojo, pasa como rayo por tu izquierda y al llegar chocás contra una nada tan vacía que te vuelve la sangre un bloque de hielo rosado del que asoman ciertas formas huesudas que terminás adivinando como propias. La mesita insípida de vidrio con caños negros te saluda de mala gana mientras el sofá minimalista ni la hora, tan absorto en las piernas sedosas de la tele durmiente. La ventana del comedor viste de nubes que, curiosamente, combinan con las paredes blancas, el techo blanco e incluso con ella, asomada desde el baño, vestida únicamente con el camisón blanco que tanto te gusta. Aún en garras del trance hipnótico en piel de cama, comenzás a levantar tus piernas de a una a la vez, coordinándolas de forma que puedas ver cómo, casi mágicamente, una se adelanta a la otra, y luego la otra se adelanta a una, y luego una a otra y así sucesivamente hasta hacerte atravesar el umbral del tocador y arrojarte secamente frente al inodoro, anfitrión maleducado que te recibe anonadado, boquiabierto, exhibiendo con orgullo su boca maltrecha y pestilente esgrimiendo restos de comida putrefacta. Te saluda cordial, hacía mucho que no charlaban; de seguro tienen tanto de qué hablar… vos sabés: que el laburo, que la casa, que la cama, la heladera, la vida, la vida. Te distraés contándole trivialidades sueltas cual papel picado (o carne) y pasás el rato, sobrellevando con calma la charla por más que te la veas venir como siempre. Y pasa nomás, empieza con las preguntas. Que cómo, que cuándo, cuánto, cuántos, ¿tanto? Sí, tanto pero tanto que, del asco que te da escucharlo reflejándote en su agua, te arrancás todo lo que él busca y lo largás sin titubear en su cara gorda, fofa, fea y boquiabierta, justo dentro de su agujero boquiabierto, esperando saciar sus preguntas con un torrente marrón verdoso que condensa insultos, broncas, iras, frustraciones, saliva, gritos y demás etcéteras tortuosas. Lo que mata es la mezcla, viste.

Te calmás, se calma, cesan los gritos y agradecen la mutua tregua mientras tus brazos te rescatan de un desmayo como pozo ciego. Te mojás un poco la cara, la boca, las manos (que ya estaban mojadas) y, buscando alguna toalla, te topás con la ventanita egocéntrica, blanca como el baño, descansando sobre el lavatorio. Te contempla atónita, y ves que algo borroso empieza a dibujarse tras el vidrio empañado, justo entre tu cara y el inverso maniquí que te imita desde el fondo. Intentás, pero no lográs adivinar; está tan borroso que le restás importancia. Volteás con cierta incertidumbre, temiendo que se escape y te reemplace, pero confiás en que el vidrio de por medio va a ser lo suficientemente fuerte como para evitar contacto alguno entre el mundo inverso y el derecho (aunque no sepas discernir cuál es cual… el otro a veces parece tan real…). De repente, te saludan la bañera tibia, expirando vapores de jazmín, y el camisón descansando al lado de las toallas blancas. Calma al fin.

La imaginás relajada, descansando bajo el agua con espuma y te causa cierta envidia tanta paz en el ambiente. Pensás en comentarle las disputas con el bocón de mal aliento, pero no viniste a eso, sino que atravesaste el umbral del tocador por andar tras ella, que (recordás) no debería estar ahí. Es tu casa, no de ella; tu bañera, no de ella, tus toallas, tu espuma, tu espejo y las nubes de allá afuera contagiando al baño entero. Presintiendo el acecho del espejo tras tu nuca, te guardás el miedo y desplazás lentamente la cortina de la ducha tironeándola hacia la derecha suavemente con tu mano derecha hasta encontrarla a ella recostada, relajada, muy relajada, tan relajada con las esmeraldas visuales atentas a la nada y la cascada negra serpenteando libremente sobre la espuma color rosa que corona sus hombros desnudos, ya sin breteles. El carmín bajo la espuma, alimentado por un par de manitas inertes flotando cortadas casi de raíz, se burla de tu asombro y de tu cara blanca contrastando con tanto rojo salpicado entre las toallas, la bañera, chorreando en las cortinas, las paredes, deletreando un poema (antes ilegible) en la niebla del intruso, el espejo.

Tus extremidades entran en un frenesí rabioso que te arrastra contra tu voluntad fuera del baño, intentando huir de la pantomima diabólica que revienta en carcajadas estruendosas al clavarte la mirada y encontrarte contemplando lo inaudito, lo imposible, lo indebido. Procurando no mancharte, te arrojás al comedor, aún nublado, y te ahoga nuevamente con la nada tan pesadamente fría (y vacía) que pasea libre entre los muebles echados casi al azar (tablero a cuadros monocromo, dos reyes, un peón). Añorás la blancura de tus sábanas, tu almohada incondicional y ese techo que te abraza como manta de peluche. Atravesás violentamente el pasillo casi degollándolo y desestimás la mirada del reflejo, que contempla con jolgorio la ausencia de manchas en tu ropa blanca. Llegás a tu cama y te parás a los pies. La mirás.

La ves reflotar lentamente de los blancos confines de un océano de telas y mirarte como ahogado a un salvavidas, adivinando tu silueta bajo el camisón blanco semitransparente que tanto le gusta y que hace juego con la pieza. Está hermosa, con sus enormes esmeraldas visuales clavadas en las tuyas, intrigada por la negra cascada que acaricia tus hombros delgados. Te mira, recorriéndote, explorándote, aprendiéndote, aprehendiéndote, comprendiéndote, pero no; no termina de comprender la escena. Su carita estupefacta te arranca una sonrisa. Son las nueve y dos minutos, y, como poseída por la frustración que acarrea una empresa cíclica, estallás en carcajadas mientras se te ahogan los ojos y te traicionan las rodillas, dejándote caer sin reparar en lo que vendrá después.

jueves, septiembre 07, 2006

Dos Haikus

Haiku VII:

Tic, tac, tic, tac, tic:
Marionetas vitales
del mundo feliz.

Haiku VIII:

Cual sueño, vida:
Vuelas, desciendes, pero
siempre terminas.

martes, septiembre 05, 2006

Cuatro Haikus

Haiku III:

A la distancia,

se cae un chalecito
en Mar del Plata.


Haiku IV:

Tú, exquisito
diccionario: Maldito
cadáver eres.



Haiku V:

Dulce petróleo:
En un blanco cáliz al
tiempo engañas.


Haiku VI:

Las suaves hebras
se entrelazan hasta
rendirse juntas.

sábado, septiembre 02, 2006

Incógnita

¿Cuántas veces te has enamorado (sí, enamorado),
de las tenues pintas blancas, en el cielo, menguando
al crepúsculo; y tú solo, desde el suelo contemplando
a ellas lejos, que entre nubes se confunden, desfilando,

siendo toda escolta esa vieja amiga, confidente,
la odalisca humeante entre tus labios serpenteando,
al compás de balses (por tus dedos trazados) danzando,
esperando, escuchando, pues de ti ella no disiente,

mientras la noche se hace día, ése punto donde el sol
con modorra incipiente alumbra imponente, elevándose
sin moros insolentes que osen ofenderlo enfrentándose

a sus alas ardientes, a su sacro y luminoso festín;
abrazando tus ojos ya rendidos ante su eterno candor

atenuando las penumbras de tu alma sin amor, por fin?

viernes, septiembre 01, 2006

Haiku II

Escarabajo:
Desde tu rosa ya ves
bichos abajo.

Intruso

Soy espejo
si tú sufres, yo te siento
tú me admiras, te contemplo

cuando hablas, yo te entiendo
si volteas, quedo atento
al acecho...

Cadáver exquisito (García-Rodríguez)

Madrugada post-letargo. Espejo, cara, boca, ojos. No soy yo pero es parecido, parecida o hamster menos peludo y grandote, che, que me quiere atacar desde el espejo de la abuela. Es como una bestia, pero tiene ojitos de chino. Debe ser la madrugada. A ver si abro un poco las ventanas y me amigo con el sol. La abuela me regalo ese espejo, ¿Habrá tenido siempre las marcas de los años? Y no, che. La abuela tampoco nació arrugada (¿posta? sí, posta) además, (no me estás jodiendo con la abuela, ¿no?) a esta hora los espejos están de malas, por no decir con resaca por la parranda de anoche. Algunos ni resaca. Puro etileno, drogas duras, no reasons y te deforman de puro comediante de Tetra-Brik. La cuestión que este espejito maltrecho asicomoloves refleja una belleza y un hamster con cara de chinito a la vez (fijate la ironía de chino meaning "high").

Una belleza de 18 años, pelo medio anaranjado, y ropas cool revoleadas por el piso. Un vestido medio floreado, unos jeans rotos en las rodillas, converse marrones con cordones deshilachados, y una tanga seguramente de feria americana. El pelo es como un montón de trencitas... ¿es que los hippies no desaparecieron hace mucho? ¿y si me doy vuelta y la miro? ¿y si cuando me doy vuelta desaparece? Se desvanece esa belleza acaramelada, la piel como salpicada, los gestos como agudos, y ese comentario anoche... (¿anoche? ¿qué hora es?)... Probablemente esté sumida en alguna laguna de sahumerio, y se ría de vos al darte vuelta. Che, ¿y el reloj? Persianas, nena, per-sia-nas. Tanto despreciabas la tecnología. Despegate la almohada, pacificate con el día (¿día ya? Merde, che) y compranos algo para desayunar.

Que tristeza mi heladera... postrecitos Shimmy, flan de antes de ayer, y una banana cortada a la mitad. Mejor dejamos el bajón para más tarde. Me siento al lado, y trato de recordarme, recordarle, esa frase con la que me encaro. ¿Cuál de todos? preguntaría socarronamente el del cuarto de al lado. Risita de souvenir y a otra cosa. Un Nescafé a falta de té instantáneo (hablando de chinos y su creatividá). Hora de llenar el tanque antes que la heladera me demande por abandono de persona. ¿Coto, Disco? No. Eso mismo. Chino. El día huele a paradoja.

Cerrar la puerta de mi casa, ubicada en el piso trece es un martirio. Pero ¿qué es el peor martirio? Hace tres días que la ola de calor en este Buenos Aires húmedo y pringoso me esta matando, no solo por la cantidad de transpiración, sino por la cantidad de escalones que tengo que subir y/o bajar. 500. ¡500! Qui-nien-tos escalones para ir al chino a comprarle dos latas de arvejas y cuatro helados en juguito.

Mirale el lado bueno, cuando subiste ya te adelantaste a bajar las arvejitas (subi-baja-subibaja)

– Fuck, fuck, fuck with the fucking diet. Los helados en juguito tendrán algo de juguito pero no tanto de helado, y las arvejas... ¿quién sabe cuántas calorías tienen?... Uh, ahí está la gorda del noveno… mejor apuro el trote, a ver si me ve y me quiere preguntar dónde esta (otra vez) su gato. No sé por qué... tengo la sensación de que cree que lo envenené. ¡¿No me alcanza para las expensas y voy a andar derrochando en veneno para gato?! Como si que el hecho de que el gato me mee la puerta todas las mañanas, me rompa la bolsa de basura todas las tardes, y me despierte todas las noches, fueran buenos motivos para asesinarlo... Pobre bicho... reconozco que alguna vez fantasee con eso, señor juez, lo reconozco... pero tampoco la pavada vio?

Pero quien fantasea con el gato, también lo hace con la gorda, con el de enfrente, con el viejo loco de arriba y sus películas bélicas añejadas medio siglo. No engañás a nadie, sos una nena. ¿No ibamos a desayunar?

– Bué, a ver. ¿Cómo mierda se llamaba el chino este? ¿Ling? ¿Ching Ching? ¿Clin Clin? ¿Mao Mao? ¿Mao Tse Tung? Cierto que quería que lo llamen por el nombre...

Ponele Johnny Tolengo, total es lo mismo... no te vas a acordar.

– Merde alors, Horacio… la revolución tiene cara de minimercado. ¿Podés hablarle vos? yo ya no tengo paciencia, y recién son las... ¿que hora es?

– Hora de desayunar nena. Hablando de eso, tengo hambre todavía. Agarrá las cosas y mostrale plata, que ese lunfardo lo entienden bien. Divina matemática, ¡Oh, lenguaje universal!

– Encima este es medio sor... ¿CUÁNTO ES... Ling?... Este supermercado es como una resaca ¿ves? siempre que salgo digo: No compro nunca más acá. ¿Por qué siempre me terminás arrastrando a este antro? A ver, pibe, oíme, pibe. ¿Qué hacemos con la coloradita de arriba? ¿Decís que la hagamos con salsa bolognesa? Te dije que los fideos no me gustan... engordan...

Tirabuzón, querida... ¿seguís juntando lauchas como mascota? Diría que le montemos un drag-queen-show con lauchas en su cuartito. Puro placer estético, por supuesto, verla correr de bruces por la escalera olvidándose de ese invento llamado escalones.

– Ay, ¡Que malo sos!... pobre chica... la chupaba bien... yo digo que la dejemos dormir, y que la despertemos a los cintarazos...

– ¡¡¡Pero lauchas!!!!... ufa… dale, invitala a desayunar. A todo esto, ¿te dio vuelto el chino?

– Chino de mierda... ¡le pagué con 20! ¿No tenés ganas de ir a buscar el vuelto?

– Tan «vos» vos, eh…

– Dale, es ahí enfrente... vos tenés más... firmeza, más carácter... más...

– Mirá que no traje ni la faca ni el poncho…

– No me hagas empaparte las medias por 20 metros, dale...

– ¡Naides en sus cabales se enfrentaría desarmado a un chino por vuelto, es sabido. Preguntale al Chueco sino... ¿No lo conocés? ¡Ah! entonces preguntate por qué será.

– Necesito esos 7 pesos, Horacio. Cruzate la calle, no seas vagoneta.

– ¿Te respondo a vos o a Lucía?

– Ah, ¿encima esto? Andá a hacerle reclamitos a Babs, dale... a ver si Babs te sigue los jueguitos lingüísticos como yo… siempre con una distinta vos, no cambiás más negro.

– Blan-qui-to. No le quites mérito a lo único bueno que hicieron esos dos.

– No me contaste como te fue en el barquete... ¿Podés cruzar la calle y conseguirme los 7 pesos antes de contarme de las ratas del barco?

– ¿El barquete? Como siempre, delicioso, y después el inodoro. Navegás, comés, cagás. Lo del medio es nimio.

– Pensar solamente en ratas me hace sentir una, y sin esos siete pesos, accedo a la condición de rata, creeme...

– Te traigo 6 pesos... uno lo gasto en Carilinas, tus mocos son épicos ya.

– Lloro todo lo que se me canta, que para algo Dios me dio esta lengüita. Cuidado con la camioneta, Horacio.

– Sí, para algo te la dio... ¡PELOTUDO! ¡Mirá donde manejás!

– ¡Horacio, cuidado con la camioneta! Puta madre, ¿ni cruzar bien la calle sabés? Levantate boludo, dale. No me tomes el pelo. Horacio levantate. Horacio... Dios, ¿y el yuta de mierda dónde esta cuando tiene que estar? A la vuelta chamuyándose a la perra de la farmacia, seguro...

– ¿Mamá?

– Carlitos, sabés que recién paso una camioneta blanca y me lo toco nomas... no, no, si estaba bien... tenía los ojos abiertos, solo quiero que vengas ayudarme a levantarlo… me parece que está desvanecido... no, ¿qué muerto? muerto no... si ni sangre había...

– Mamá, ¿dónde estuviste?

– Sí, acá, acá… acá estaba supuestamente...

– Se extrañé, mami.

– Acá, te juro que fue acá... no, no volví a las drogas... ¿Dónde se metió este pelotudo? Me está haciendo una broma, como si de bromas se tratara… y con la colorada infernal allá arriba... seguro se la está volteando... ¿Dónde mierda se metió? Más le vale tener una buena excusa... encima el ascensor de mierda que no anda. Dios, 500 escalones y esta vez sola. ¿Cómo habrá hecho para subirlos? ¿Y si no está arriba?

– Dame teta mamá. Che, Lu, ¿Qué hacés con la cara de mamá? Te van a salir pelitos si seguís así, che. Fui a buscarte el vuelto, tomá tus 6 y mocos. Bueno, saludame a la colorada. Cuando cambies de opinión con lo de las lauchas, me avisás. Me voy a matar al perro, que me está volviendo loco además, mi media hora y... ¡¡PERRO DE MIERDAAA!!

– ¿A matar al perro, Garcia? Avisame cuando saliste del personaje, porque soy capaz de tratarte como a Horacio toda la vida. O lo que es peor, sentir que sos un fantasma alrededor mío in eternum.

– Eso es grave, ¿no Rodríguez?

– Very very.

– Una vez que nos volvemos personajes, estamos condenados a la inmortalidad como los necromantes, pero peor, porque ellos conocen su desgracia.

– ¿Y entonces? ¿Qué será de nosotros, ahora que nos odiamos pero no podemos dejar de ponernos a prueba, como Lucía y Horacio?

– Hacer una novela en vez de un cuento, y pretender salvarnos a base de traducciones y royalties.

– ¿Y qué hacemos con el muerto que habla pero que Lucía no escucha? ¿Será que Lucía no quiere escucharlo? Dios... ¿ves por qué me da pánico el escribir, Horacio? Uno siempre, fuck, siempre saca lo de adentro, y después... ¿qué hacés cuando tenés las fichas sobre el tablero?

(juro que lo voy a asar, perro de mierda) Las mirás, que bonitas, y empezás con otro.

Bien. Este cuento yo lo voy a terminar de todos modos. Esa Colorada tiene algo raro, y ya voy a descubrir con qué se las trae.

– Así me gusta. Sorprendeme. Me hablaste tanto de ella, y nunca la vi… fuera de vos, al menos.

– ¿Fuera de mí?

– Sí. La vi con tus ojos que se te escapan por la boca. Articulás la lengua, la ponés así, soplás, munch munch, se convierte en palabras y yo las convierto en Colorada. Ahora me falta verla con mis ojos.

– La Colorada es un turrita, yo lo sé. La Colorada me los va a llevar por mal camino a estos dos. Pero no se qué mal camino han transitado… cuál les queda por transitar...

– Entonces no queda otra que un palco y mirar con pochoclo salado y mucha Fanta Light.

– Lo que me faltaba, una nueva obsesión… descubrir quien es la Colorada…

– ¿Ves que fácil es escribir con la motivación apropiada?

– ¿Ves que difícil se me va a hacer la noche esta noche?

– No sé, preguntale a la Colorada.