viernes, septiembre 01, 2006

Cadáver exquisito (García-Rodríguez)

Madrugada post-letargo. Espejo, cara, boca, ojos. No soy yo pero es parecido, parecida o hamster menos peludo y grandote, che, que me quiere atacar desde el espejo de la abuela. Es como una bestia, pero tiene ojitos de chino. Debe ser la madrugada. A ver si abro un poco las ventanas y me amigo con el sol. La abuela me regalo ese espejo, ¿Habrá tenido siempre las marcas de los años? Y no, che. La abuela tampoco nació arrugada (¿posta? sí, posta) además, (no me estás jodiendo con la abuela, ¿no?) a esta hora los espejos están de malas, por no decir con resaca por la parranda de anoche. Algunos ni resaca. Puro etileno, drogas duras, no reasons y te deforman de puro comediante de Tetra-Brik. La cuestión que este espejito maltrecho asicomoloves refleja una belleza y un hamster con cara de chinito a la vez (fijate la ironía de chino meaning "high").

Una belleza de 18 años, pelo medio anaranjado, y ropas cool revoleadas por el piso. Un vestido medio floreado, unos jeans rotos en las rodillas, converse marrones con cordones deshilachados, y una tanga seguramente de feria americana. El pelo es como un montón de trencitas... ¿es que los hippies no desaparecieron hace mucho? ¿y si me doy vuelta y la miro? ¿y si cuando me doy vuelta desaparece? Se desvanece esa belleza acaramelada, la piel como salpicada, los gestos como agudos, y ese comentario anoche... (¿anoche? ¿qué hora es?)... Probablemente esté sumida en alguna laguna de sahumerio, y se ría de vos al darte vuelta. Che, ¿y el reloj? Persianas, nena, per-sia-nas. Tanto despreciabas la tecnología. Despegate la almohada, pacificate con el día (¿día ya? Merde, che) y compranos algo para desayunar.

Que tristeza mi heladera... postrecitos Shimmy, flan de antes de ayer, y una banana cortada a la mitad. Mejor dejamos el bajón para más tarde. Me siento al lado, y trato de recordarme, recordarle, esa frase con la que me encaro. ¿Cuál de todos? preguntaría socarronamente el del cuarto de al lado. Risita de souvenir y a otra cosa. Un Nescafé a falta de té instantáneo (hablando de chinos y su creatividá). Hora de llenar el tanque antes que la heladera me demande por abandono de persona. ¿Coto, Disco? No. Eso mismo. Chino. El día huele a paradoja.

Cerrar la puerta de mi casa, ubicada en el piso trece es un martirio. Pero ¿qué es el peor martirio? Hace tres días que la ola de calor en este Buenos Aires húmedo y pringoso me esta matando, no solo por la cantidad de transpiración, sino por la cantidad de escalones que tengo que subir y/o bajar. 500. ¡500! Qui-nien-tos escalones para ir al chino a comprarle dos latas de arvejas y cuatro helados en juguito.

Mirale el lado bueno, cuando subiste ya te adelantaste a bajar las arvejitas (subi-baja-subibaja)

– Fuck, fuck, fuck with the fucking diet. Los helados en juguito tendrán algo de juguito pero no tanto de helado, y las arvejas... ¿quién sabe cuántas calorías tienen?... Uh, ahí está la gorda del noveno… mejor apuro el trote, a ver si me ve y me quiere preguntar dónde esta (otra vez) su gato. No sé por qué... tengo la sensación de que cree que lo envenené. ¡¿No me alcanza para las expensas y voy a andar derrochando en veneno para gato?! Como si que el hecho de que el gato me mee la puerta todas las mañanas, me rompa la bolsa de basura todas las tardes, y me despierte todas las noches, fueran buenos motivos para asesinarlo... Pobre bicho... reconozco que alguna vez fantasee con eso, señor juez, lo reconozco... pero tampoco la pavada vio?

Pero quien fantasea con el gato, también lo hace con la gorda, con el de enfrente, con el viejo loco de arriba y sus películas bélicas añejadas medio siglo. No engañás a nadie, sos una nena. ¿No ibamos a desayunar?

– Bué, a ver. ¿Cómo mierda se llamaba el chino este? ¿Ling? ¿Ching Ching? ¿Clin Clin? ¿Mao Mao? ¿Mao Tse Tung? Cierto que quería que lo llamen por el nombre...

Ponele Johnny Tolengo, total es lo mismo... no te vas a acordar.

– Merde alors, Horacio… la revolución tiene cara de minimercado. ¿Podés hablarle vos? yo ya no tengo paciencia, y recién son las... ¿que hora es?

– Hora de desayunar nena. Hablando de eso, tengo hambre todavía. Agarrá las cosas y mostrale plata, que ese lunfardo lo entienden bien. Divina matemática, ¡Oh, lenguaje universal!

– Encima este es medio sor... ¿CUÁNTO ES... Ling?... Este supermercado es como una resaca ¿ves? siempre que salgo digo: No compro nunca más acá. ¿Por qué siempre me terminás arrastrando a este antro? A ver, pibe, oíme, pibe. ¿Qué hacemos con la coloradita de arriba? ¿Decís que la hagamos con salsa bolognesa? Te dije que los fideos no me gustan... engordan...

Tirabuzón, querida... ¿seguís juntando lauchas como mascota? Diría que le montemos un drag-queen-show con lauchas en su cuartito. Puro placer estético, por supuesto, verla correr de bruces por la escalera olvidándose de ese invento llamado escalones.

– Ay, ¡Que malo sos!... pobre chica... la chupaba bien... yo digo que la dejemos dormir, y que la despertemos a los cintarazos...

– ¡¡¡Pero lauchas!!!!... ufa… dale, invitala a desayunar. A todo esto, ¿te dio vuelto el chino?

– Chino de mierda... ¡le pagué con 20! ¿No tenés ganas de ir a buscar el vuelto?

– Tan «vos» vos, eh…

– Dale, es ahí enfrente... vos tenés más... firmeza, más carácter... más...

– Mirá que no traje ni la faca ni el poncho…

– No me hagas empaparte las medias por 20 metros, dale...

– ¡Naides en sus cabales se enfrentaría desarmado a un chino por vuelto, es sabido. Preguntale al Chueco sino... ¿No lo conocés? ¡Ah! entonces preguntate por qué será.

– Necesito esos 7 pesos, Horacio. Cruzate la calle, no seas vagoneta.

– ¿Te respondo a vos o a Lucía?

– Ah, ¿encima esto? Andá a hacerle reclamitos a Babs, dale... a ver si Babs te sigue los jueguitos lingüísticos como yo… siempre con una distinta vos, no cambiás más negro.

– Blan-qui-to. No le quites mérito a lo único bueno que hicieron esos dos.

– No me contaste como te fue en el barquete... ¿Podés cruzar la calle y conseguirme los 7 pesos antes de contarme de las ratas del barco?

– ¿El barquete? Como siempre, delicioso, y después el inodoro. Navegás, comés, cagás. Lo del medio es nimio.

– Pensar solamente en ratas me hace sentir una, y sin esos siete pesos, accedo a la condición de rata, creeme...

– Te traigo 6 pesos... uno lo gasto en Carilinas, tus mocos son épicos ya.

– Lloro todo lo que se me canta, que para algo Dios me dio esta lengüita. Cuidado con la camioneta, Horacio.

– Sí, para algo te la dio... ¡PELOTUDO! ¡Mirá donde manejás!

– ¡Horacio, cuidado con la camioneta! Puta madre, ¿ni cruzar bien la calle sabés? Levantate boludo, dale. No me tomes el pelo. Horacio levantate. Horacio... Dios, ¿y el yuta de mierda dónde esta cuando tiene que estar? A la vuelta chamuyándose a la perra de la farmacia, seguro...

– ¿Mamá?

– Carlitos, sabés que recién paso una camioneta blanca y me lo toco nomas... no, no, si estaba bien... tenía los ojos abiertos, solo quiero que vengas ayudarme a levantarlo… me parece que está desvanecido... no, ¿qué muerto? muerto no... si ni sangre había...

– Mamá, ¿dónde estuviste?

– Sí, acá, acá… acá estaba supuestamente...

– Se extrañé, mami.

– Acá, te juro que fue acá... no, no volví a las drogas... ¿Dónde se metió este pelotudo? Me está haciendo una broma, como si de bromas se tratara… y con la colorada infernal allá arriba... seguro se la está volteando... ¿Dónde mierda se metió? Más le vale tener una buena excusa... encima el ascensor de mierda que no anda. Dios, 500 escalones y esta vez sola. ¿Cómo habrá hecho para subirlos? ¿Y si no está arriba?

– Dame teta mamá. Che, Lu, ¿Qué hacés con la cara de mamá? Te van a salir pelitos si seguís así, che. Fui a buscarte el vuelto, tomá tus 6 y mocos. Bueno, saludame a la colorada. Cuando cambies de opinión con lo de las lauchas, me avisás. Me voy a matar al perro, que me está volviendo loco además, mi media hora y... ¡¡PERRO DE MIERDAAA!!

– ¿A matar al perro, Garcia? Avisame cuando saliste del personaje, porque soy capaz de tratarte como a Horacio toda la vida. O lo que es peor, sentir que sos un fantasma alrededor mío in eternum.

– Eso es grave, ¿no Rodríguez?

– Very very.

– Una vez que nos volvemos personajes, estamos condenados a la inmortalidad como los necromantes, pero peor, porque ellos conocen su desgracia.

– ¿Y entonces? ¿Qué será de nosotros, ahora que nos odiamos pero no podemos dejar de ponernos a prueba, como Lucía y Horacio?

– Hacer una novela en vez de un cuento, y pretender salvarnos a base de traducciones y royalties.

– ¿Y qué hacemos con el muerto que habla pero que Lucía no escucha? ¿Será que Lucía no quiere escucharlo? Dios... ¿ves por qué me da pánico el escribir, Horacio? Uno siempre, fuck, siempre saca lo de adentro, y después... ¿qué hacés cuando tenés las fichas sobre el tablero?

(juro que lo voy a asar, perro de mierda) Las mirás, que bonitas, y empezás con otro.

Bien. Este cuento yo lo voy a terminar de todos modos. Esa Colorada tiene algo raro, y ya voy a descubrir con qué se las trae.

– Así me gusta. Sorprendeme. Me hablaste tanto de ella, y nunca la vi… fuera de vos, al menos.

– ¿Fuera de mí?

– Sí. La vi con tus ojos que se te escapan por la boca. Articulás la lengua, la ponés así, soplás, munch munch, se convierte en palabras y yo las convierto en Colorada. Ahora me falta verla con mis ojos.

– La Colorada es un turrita, yo lo sé. La Colorada me los va a llevar por mal camino a estos dos. Pero no se qué mal camino han transitado… cuál les queda por transitar...

– Entonces no queda otra que un palco y mirar con pochoclo salado y mucha Fanta Light.

– Lo que me faltaba, una nueva obsesión… descubrir quien es la Colorada…

– ¿Ves que fácil es escribir con la motivación apropiada?

– ¿Ves que difícil se me va a hacer la noche esta noche?

– No sé, preguntale a la Colorada.

No hay comentarios.: