lunes, septiembre 11, 2006

Carmín

Cual sueño, vida:
Vuelas, desciendes, pero
siempre terminas.


Amanecieron tus ojos errantes. La blancura aséptica del día los cegó con saña durante esos instantes que aprovechaste para hundirte entre tus sábanas blancas con la almohada incondicional entre tus brazos. La ventana gritaba nubes (la muy desgraciada). ¿Para qué ibas a querer más nubes? No, gracias, y con cierto dejo de timidez te empezás a reconciliar con el techo blanco y el día enano. El cielorraso se deja mirar, palpar, casi acariciándote desde arriba, como una madre sobreprotectora; pero claro ¿cómo te vas a acordar de eso? Fue hace tantos septiembres…

Como escapando del asedio luminoso del ambiente, buscás refugio en la tiesa calidez de la plaza libre de tu cama girando levemente la cabeza hacia tu flanco izquierdo y acurrucándote entre tus propios abrazos secos. Y sí, nada. Nada no como cuando uno en realidad piensa Todo, sino Nada como Nada de Nada. Nada como los seis meses que bastaron y sobraron para enfriar un colchón blanco en una pieza blanca. Mirás las nueve que se asoman desde el despertador hoy mudo por el fin de semana, y te dejás envolver nuevamente, quizás esperando que algo, alguien o nada te obligue a dejar el lecho mortuorio en que yacés a diario.

Dos minutos son resortes, y ella es algo, alguien, nada y todo, parada a los pies de tu cama, hermosa como siempre, nunca y jamás quizás, con sus enormes esmeraldas visuales, la cascada negra sobre sus hombros delgados (desnudos obviando los breteles) y el camisón blanco que tanto te gusta haciendo juego con la pieza blanca de techo blanco y ventana nublada. Tardás un poco en adivinar su silueta bajo las telas semitransparentes del camisón blanco que tanto te gusta (y que hace juego con la pieza). La mirás, recorrés, explorás, aprendés, aprehendés, comprendés, pero no, no comprendés en realidad. No terminás de comprender la escena. Ella, ahí, parada a los pies de tu cama, hermosa como siempre, lo revisás y analizás aún luchando contra la letárgica modorra en que ayunás. Lo mismo: ella, ahí, parada, mirando, recorriendo, explorando, sonriendo... sí, te sonríe; mirala. Mirá como la sonrisa deviene en una mueca sardónica que invade por completo su semblante. Mirá como las carcajadas empiezan a brotar con tanta euforia que se le terminan cayendo, vencidas, las lágrimas, las piernas, los brazos, la cara, la risa, pelo, manos, hombros y de repente ya no es más que un bulto tembloroso yaciendo a los pies de tu cama, luchando por no ahogarse en un océano implacable desbordado entre sollozos.

Reptás lentamente; te abrís paso entre la jungla incomprensible de sábanas enmarañadas indistintamente hasta llegar al borde, al quiebre, al abismo, pero ella ya es tarde. Su espalda se te escapa rabiosa corriendo por el pasillo que da al comedor pintado de blanco. Te calzás lo primero que encontrás (luminoso y sedoso, que descansa sutilmente sobre el suelo frío y lustroso) e intentás seguirla, apurando la marcha por el pasillo que da al comedor pintado de blanco. El pasillo, con su tentador espejo mirando de reojo, pasa como rayo por tu izquierda y al llegar chocás contra una nada tan vacía que te vuelve la sangre un bloque de hielo rosado del que asoman ciertas formas huesudas que terminás adivinando como propias. La mesita insípida de vidrio con caños negros te saluda de mala gana mientras el sofá minimalista ni la hora, tan absorto en las piernas sedosas de la tele durmiente. La ventana del comedor viste de nubes que, curiosamente, combinan con las paredes blancas, el techo blanco e incluso con ella, asomada desde el baño, vestida únicamente con el camisón blanco que tanto te gusta. Aún en garras del trance hipnótico en piel de cama, comenzás a levantar tus piernas de a una a la vez, coordinándolas de forma que puedas ver cómo, casi mágicamente, una se adelanta a la otra, y luego la otra se adelanta a una, y luego una a otra y así sucesivamente hasta hacerte atravesar el umbral del tocador y arrojarte secamente frente al inodoro, anfitrión maleducado que te recibe anonadado, boquiabierto, exhibiendo con orgullo su boca maltrecha y pestilente esgrimiendo restos de comida putrefacta. Te saluda cordial, hacía mucho que no charlaban; de seguro tienen tanto de qué hablar… vos sabés: que el laburo, que la casa, que la cama, la heladera, la vida, la vida. Te distraés contándole trivialidades sueltas cual papel picado (o carne) y pasás el rato, sobrellevando con calma la charla por más que te la veas venir como siempre. Y pasa nomás, empieza con las preguntas. Que cómo, que cuándo, cuánto, cuántos, ¿tanto? Sí, tanto pero tanto que, del asco que te da escucharlo reflejándote en su agua, te arrancás todo lo que él busca y lo largás sin titubear en su cara gorda, fofa, fea y boquiabierta, justo dentro de su agujero boquiabierto, esperando saciar sus preguntas con un torrente marrón verdoso que condensa insultos, broncas, iras, frustraciones, saliva, gritos y demás etcéteras tortuosas. Lo que mata es la mezcla, viste.

Te calmás, se calma, cesan los gritos y agradecen la mutua tregua mientras tus brazos te rescatan de un desmayo como pozo ciego. Te mojás un poco la cara, la boca, las manos (que ya estaban mojadas) y, buscando alguna toalla, te topás con la ventanita egocéntrica, blanca como el baño, descansando sobre el lavatorio. Te contempla atónita, y ves que algo borroso empieza a dibujarse tras el vidrio empañado, justo entre tu cara y el inverso maniquí que te imita desde el fondo. Intentás, pero no lográs adivinar; está tan borroso que le restás importancia. Volteás con cierta incertidumbre, temiendo que se escape y te reemplace, pero confiás en que el vidrio de por medio va a ser lo suficientemente fuerte como para evitar contacto alguno entre el mundo inverso y el derecho (aunque no sepas discernir cuál es cual… el otro a veces parece tan real…). De repente, te saludan la bañera tibia, expirando vapores de jazmín, y el camisón descansando al lado de las toallas blancas. Calma al fin.

La imaginás relajada, descansando bajo el agua con espuma y te causa cierta envidia tanta paz en el ambiente. Pensás en comentarle las disputas con el bocón de mal aliento, pero no viniste a eso, sino que atravesaste el umbral del tocador por andar tras ella, que (recordás) no debería estar ahí. Es tu casa, no de ella; tu bañera, no de ella, tus toallas, tu espuma, tu espejo y las nubes de allá afuera contagiando al baño entero. Presintiendo el acecho del espejo tras tu nuca, te guardás el miedo y desplazás lentamente la cortina de la ducha tironeándola hacia la derecha suavemente con tu mano derecha hasta encontrarla a ella recostada, relajada, muy relajada, tan relajada con las esmeraldas visuales atentas a la nada y la cascada negra serpenteando libremente sobre la espuma color rosa que corona sus hombros desnudos, ya sin breteles. El carmín bajo la espuma, alimentado por un par de manitas inertes flotando cortadas casi de raíz, se burla de tu asombro y de tu cara blanca contrastando con tanto rojo salpicado entre las toallas, la bañera, chorreando en las cortinas, las paredes, deletreando un poema (antes ilegible) en la niebla del intruso, el espejo.

Tus extremidades entran en un frenesí rabioso que te arrastra contra tu voluntad fuera del baño, intentando huir de la pantomima diabólica que revienta en carcajadas estruendosas al clavarte la mirada y encontrarte contemplando lo inaudito, lo imposible, lo indebido. Procurando no mancharte, te arrojás al comedor, aún nublado, y te ahoga nuevamente con la nada tan pesadamente fría (y vacía) que pasea libre entre los muebles echados casi al azar (tablero a cuadros monocromo, dos reyes, un peón). Añorás la blancura de tus sábanas, tu almohada incondicional y ese techo que te abraza como manta de peluche. Atravesás violentamente el pasillo casi degollándolo y desestimás la mirada del reflejo, que contempla con jolgorio la ausencia de manchas en tu ropa blanca. Llegás a tu cama y te parás a los pies. La mirás.

La ves reflotar lentamente de los blancos confines de un océano de telas y mirarte como ahogado a un salvavidas, adivinando tu silueta bajo el camisón blanco semitransparente que tanto le gusta y que hace juego con la pieza. Está hermosa, con sus enormes esmeraldas visuales clavadas en las tuyas, intrigada por la negra cascada que acaricia tus hombros delgados. Te mira, recorriéndote, explorándote, aprendiéndote, aprehendiéndote, comprendiéndote, pero no; no termina de comprender la escena. Su carita estupefacta te arranca una sonrisa. Son las nueve y dos minutos, y, como poseída por la frustración que acarrea una empresa cíclica, estallás en carcajadas mientras se te ahogan los ojos y te traicionan las rodillas, dejándote caer sin reparar en lo que vendrá después.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

habia leido antes el principio, y ahora ke lo lei entero me parecio muy bueno pero a la vez muy flashero, muchas palabras o expresiones no entendi XD , pero me gusto ahsta donde entendi ^^

te dejo besotes mi pelado gay preferido ^^ (K) nuvemo

Anónimo dijo...

García de mi estimación:

(Espero ser primicia)

EL PARCIAL LO PASAN PARA EL 30/9

Como leyó. Dentro de 15 días.

(Ahora no tengo una puta excusa, coño...¿No habrá otro viajecito a Bariloche dando vueltas por ahí?)

Bueno, y con respecto a su escrito; ya sabe que pienso: de lo mejorcito de la cosecha.
El concurso de cuentos de la escuela sigue en pie y tengo una amplia lista de compañeros (incapaces de escribir ni la fecha de hoy), con sus apellidos y sus matrículas dispuestas a recibir sus engendros escritos.

The pink velvet dinosaur. (si, ya se que el velvet está mal puesto...No se como se pone bien. ¿So what?)

Rodríguez.

Unknown dijo...

ya sabes lo q pienso te lo acabo de decir... simplemente asi :0

Anónimo dijo...

Impresionante. Me encanta la cantidad de imágenes que se ven en el texto. Alguna de ellas, genial.

Saludos.

PabloA