jueves, diciembre 28, 2006

Gemidos

En las estrellas del balcón se adivinaban las 11 de la noche; si era viernes o sábado ya era fútil. El departamento alumbrado sólo por el destello azulado de la película que se hacía esperar mientras ellos se escapaban entre risas. En la cocina, el pochoclo ya empezaba a reventar con cierta prepotencia. En el pasillo, él echó una mirada cómplice y ella lo siguió sin pensarlo demasiado. Las palabras ya sobraban cuando el baño les abrió la puerta.

Se encontraron gimiendo al unísono, gozando cada milímetro de placer que escapaba de sus cuerpos convulsos. Se retorcían, se arañaban, mordían la nada; hacían entrechocar sus dientes mientras el sudor los lustraba, embelleciendo sus figuras semidesnudas, refulgentes bajo la penumbra y la luz tenue reflejada en azulejos.

De repente, el clímax. El, por su fisonomía más robusta, defecó en el inodoro. Ella, en el bidet. Una vez culminado el acto, echaron un poco de soda cáustica sobre éste último para limpiar las huellas del placer y se fueron juntos a ver una de Tarantino. En la cocina, el pochoclo echaban humo.

viernes, diciembre 08, 2006

Se retuerce mi nostalgia

Se retuerce mi nostalgia
al tocarte en el letargo,
pues el tiempo te ha tragado
y ya eres parte del pasado.

Construíme, cobijame.

Bajo el sol, o en plena lluvia,
se retuerce mi nostalgia,
que susurra salpicando
viejas dichas, otras vidas.

Destruíme, denigrame.

Mil penumbras te abrazaron,
desgarrando mis mejillas.
Se retuerce mi nostalgia
y los cielos hoy se asfixian.

Abrazame, abandoname.

Se retuerce mi nostalgia,
mas no el alma, tan curtida
por la flecha, por la brisa,
por la rosa ya marchita.

viernes, diciembre 01, 2006

Familia

Al igual que todo hombre, me encantaría en un futuro formar una familia. Ustedes saben: casarme, tener mi casita, mi auto, mi patio, perro, hijos, etc. Por supuesto que voy a esperar que mi familia sea la mejor familia del mundo: que mi mujer sea buena, que mi casa sea linda, que mi auto ande bien, que mi patio tenga flores, que mi perro no ladre (ni me cague la alfombra del baño) y que mis hijos sean perfectos. Ese "perfectos" significa que me encantaría que sean creativos, valientes, inteligentes... genios si se quiere. Es por eso que tomé la determinación de darles la mejor crianza que concibo para lograrlo: les voy a pegar a diario con un nervio de vaca... o con un látigo, o con una madera astillada (si la arranqué de un cajón de verdura y tiene un clavo oxidado, mejor), o con lo primero que encuentre. Voy a ser un padre violento, alcohólico y drogadicto. Voy a abusar sexualmente de la niñera (menor de edad) en el living de mi casa linda a la hora del almuerzo, le voy a decir "puta" a mi mujer buena, y si los chicos lloran, los voy a calmar con música de cámara y sedantes para animales. Probablemente también los haga dormir en jaulas y les dé con picana de vez en cuando, así aprenden también a contener los esfínteres por más de una o dos semanas.


¿O acaso ustedes conocen alguna persona con infancia feliz que haya llegado a la inmortalidad artística, cultural o intelectual?

miércoles, noviembre 22, 2006

Estúpido

Sí, además de desagradable y un largo etcétera, soy poco serio. Soy poco serio porque me gusta ser estúpido. Voluntariamente estúpido, claro está: no vayamos a confundirnos con los tantos otros tipos de estupidez. Soy poco serio, y consecuentemente estúpido, por sentirme vivo. Por el puro placer estético de contradecir a los muertos, que son eternamente serios a mi entender. Un muerto solo es gracioso por la mano humana de un tercero (estúpido, claro está) que lo maquilla, lo despeina y le hace morisquetas por detrás sin que el pobre finado pueda defenderse, o golpearlo estúpidamente como la situación lo ameritaría. Fuera de eso, un muerto es serio. Yo no estoy muerto, pero cuando lo esté, voy a tener tiempo de sobra para estarlo. Voy a tener tiempo de sobra para ser cadavéricamente serio y reservado. Hasta entonces, seguiré siendo estúpido.



Epílogo estúpido:

- Iba a terminarlo diciendo «el mismo estúpido de siempre», pero recapacité y la idea de la estupidez se dibujó en mi cabeza como una analogía de la madurez, que es algo que se va adquiriendo con el tiempo. Suena estúpido, lo sé, pero se me ocurrió que, si crecen juntas, no voy a ser el mismo estúpido de siempre como había pensado originalmente, sino que voy a ser cada vez más y más estúpido, puesto que cada día voy a ser, a la vez, más y más maduro.

- O te vas a volver menos estúpido porque cada vez vas a estar más muerto.

- No, creo que morir es el punto cúlmine de la estupidez... es la consagración del estúpido, que deja de tener una presencia corporal y pasa a ser algo más trascendente. Se separa del cuerpo y el estúpido se vuelve una entidad omnipresente (y estúpida), mientras que el cuerpo se vuelve serio.

miércoles, octubre 25, 2006

Amo...

Amo saborear la vibración del subte abriéndose paso entre tanta oscuridad eterna, entre el aire enrarecido y húmedo de subsuelos laberínticos, entre estaciones atestadas de cuerpos que ven el momento como una mera traslación de su casa aburrida a su trabajo aburrido de su vida aburrida. Me gusta mirar durante 1 hora el cielo de una noche nublada y que me sorprenda la primer gota en la frente.

Amo leer los cuentos circulares de Borges y, al terminar, decirle Hijo de Puta como si me escuchara mientras río solo.

Amo caminar por la costa del río en silencio.

Amo ver las estrellas de noche recostado sobre un techo.

Amo bailar como si fuera el único en la pista.

Amo olvidarme el paraguas cuando llueve en verano.

Amo que la música me estremezca el alma.

Amo que una palabra valga más que mil imágenes.

Amo el olor a lluvia mientras tarareo a Gene Kelly.

Amo las empedradas.

lunes, octubre 23, 2006

- Hola

- ¿Qué hacés?

- Bien, ¿vos?

- Todo bien.

- Me alegro mucho, che.

- Entonces, ¿vos todo bien?

- Si, bien, bien... tirando.

- Bueno, mandá saludos.

- Vos también.

- Chau, cuidate.


[ Levanta la mano en ademán de saludo mientras la puerta del ascensor se vuelve a cerrar, y continúa mirando la fría nada de la pared metálica... ]


La jerga jurídica es una de las cosas más estúpidas que escuché y leí en mi vida. Imaginen un lenguaje insípido e intrincado sin más sentido que el de demostrar la idoneidad (o pedantería) del letrado en cuestión. Absurdo, ¿no? bueno, ya tienen el concepto. Quizás el sentimiento de inutilidad que me inspira ese lenguaje (propiamente hablando) junto con situaciones vacías como la que cité más arriba (diálogo real entre abogados en un ascensor de Tribunales) hayan sido 2 factores cruciales al tomar la decisión de alejarme de mi tentativo futuro académico en el derecho. Hay un tercer factor (que, por razones personales, voy a mantener en silencio) que implica una fuerte decepción que tuve, y que fue el que más influencia tuvo en mi cambio de postura.

Que quede claro. Uno no es idiota por elegir una carrera que lo llene espiritualmente contra una que en teoría lo llenaría monetariamente. Los idiotas son ellos, infelices vanos que venden su vida y alma a cambio de una remuneración ostentosa. ¿De qué sirve eso? Escupo sus reglas. Me cago en sus reglas y me cago en ellos, en su "buena vida" y en su mugrosa credencial amarilla. ¿De qué sirve todo eso si llegan de la oficina y no hacen más que comer, mirar tele, dormir y despertarse al día siguiente a hacer lo mismo que el anterior y que el siguente? Y lo peor de todo, ¿de qué sirve trabajar para la justicia cuando son ellos mismos los primeros en robarle las monedas a esa pobre ciega, negando así su existencia, cosa que tanto pregonan al firmar sus escritos?

En cuanto a mí, ya dejé de cuestionarme por qué escribo estas cosas. Ahora simplemente me dejo llevar por el teclado bajo mis manos, como todo artista que se entrega a la improvisación libre. No hay suicidio más cobarde y atroz que la autocensura. Me cansé de pretender ser un cadáver políticamente correcto.

miércoles, octubre 18, 2006

Caridad...

Me acordé de la cantidad de veces que me tildaron de "hijo de puta" por no dejar propina ni dar limosna. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Acaso dar limosna va a ayudar al pordiosero que me pide? ¿o, en cambio, lo va a incentivar a seguir pidiendo? La gente no piensa en ayudar a nadie cuando da limosna, más que en alimentar con golosinas su propia conciencia. Es como mezclar la prostitución con la redención. Uno deja monedas para alquilar gotas de sosiego para la conciencia ennegrecida que tienen casi de fábrica.

Bien, ahora... yo tengo la conciencia perfectamente limpia, por cuanto mi interés en ganarme un lugarcito en un paraíso ilusorio (de cuya existencia no tengo ninguna prueba tangible) es absolutamente nulo. Por otro lado, no encuentro -sinceramente- ninguna satisfacción en darle a un desconocido una moneda que me podría salvar (literalmente) a la hora de tomar un colectivo, ergo no tengo motivación alguna para hacerlo ni siquiera por regocijo propio.

Todos somos egoístas y ególatras, solo que algunos tenemos la envidiable facilidad de reconocerlo sin pudor. Por eso nos señalan.

sábado, octubre 14, 2006

Transición

Bienvenido, mi buen amigo,
a la incandescente blancura
que este infierno te procura.
Ése en que nunca habías creído.

Es tan vasto y luminoso que
solo miedos y congojas
del pasado te sofocan,
y la sombra ya no te acoge.

Admirando lo eterno,
que inútil ya es todo...
hoy has muerto.

El tortuoso recuerdo.
Entonces, ¿por qué todo?
(el vacío te pregunta)

¿Por qué hijo y estudiante?

Tantos años de vivir
esperando, negando;
solo temiendo morir.

¿Por qué padre y laborante?

No serás recreado.
No serás reencarnado.
No serás recordado.

¿Ahora qué anhelas?

Sobre tí, la eterna brisa,
las pisadas, los gusanos,
y esta lluvia con sus manos
que toda tierra y pasto alisan.

Te han enterrado.

El reloj queda en la entrada.
No me mires en la bruma;
no te miro, pues no existes.

Ya no sientas, ya no esperes
esta es tu nueva tumba.
El tiempo es cosa pasada.

Tan solo uno más,
nacido para morir.

Mira ya, cuan importante te creías.
Mira ya, mientras las larvas te mastican.
Mira ya, mientras la fría lluvia aplana.
Mira ya, mientras las tiesas hojas te tapan.
Mira ya, cuan verde el pasto te reemplaza.

¿Viviste? ¿Realmente viviste?

Tu sangre sólo movió un cuerpo.
Tu saliva sólo abrasó comidas.
Tu semen sólo endulzó látex.
Tu sudor sólo empapó camisas.
Tu llanto sólo roció penas.

¿Ahora qué te queda?

Salvo el recuerdo, cual ventana
que desde afuera contemplas;
que a lo lejos hoy anhelas.
Seca y muerta, una pantalla.

Siempre lo que debías,
más nunca lo que querías.
Siempre atento a las horas,
mas nunca a las estrellas.

Memorias de granizo, ese
demonio ardiente, inquieto.
Si ni el polvo ya te acecha;
hasta tu Dios te ha dejado.

¿Por qué tanto alboroto?
Si no vives para sentirlo.
¿Por qué tanto martirio?
Si no sientes para sufrirlo.

No más luces,
no más sombras.

Solo... nada.

miércoles, octubre 11, 2006

Confieso

Me molesta la gente...

que putea al rope,
que tiene mugrosa la saca,
que no gusta del feca,
que engaña a su jermu,
que arma bolonqui,
que reniega de sus dopes,
que garronea nedamos,
que corta mal la zapi,
que te manda al jocara,

pero, por sobre todo eso,
me molestan los porteños dolobus
que parlan al vesre.

lunes, octubre 09, 2006

Ego...

Mmmmm... ¿resumen del día? Aprendiendo el moralmente desdeñable oficio de vivir por y para mí mismo. Despreciable, ¿no? Bien, sí, quizás. Lo acepto, puedo ser despreciable e, incluso, hijo de puta. Pero no viene al caso en este momento.

Nunca fui de esas personas que te dicen "no me cuentes el final" cuando se enteran que fuiste al cine; siempre me gustó disfrutar lo del medio... siempre tiene otro gustito el centro. La vida es igual: el principio y el final ya los conocés de memoria, lo ves a cada rato en la calle, en la vieja loca de en frente (que por suerte se murió, porque ya se había puesto pesada con los gritos), en tu casa, en Crónica, en fin. Nacés para morir, y no podés hacer nada para evitar ni una cosa ni la otra. Lo único realmente tangible y, por ende, apreciable es lo del medio. Entonces, ¿tiene sentido desperdiciar el lapso que media entre el principio y el fin de la vida? A fin de cuentas, la única persona que te acompaña incondicional durante todos y cada uno de tus días sos vos, y nada más que vos. ¿Tiene algo de malo mimarse a uno mismo? ¿es malo acaso priorizar la felicidad propia por sobre la ajena?

Simplemente, no.

Me dijeron que pensando así me iba a quedar solo. Probablemente tengan toda la razón, pero desgraciadamente (y sepan disculpar mis arranques de idiotez) sigo sin entender cuál sería el problema. Será que la gente tiene tanto ruido en su cabeza que se siente incómoda disfrutando del silencio propio, quizás. O quizás yo sea un misántropo incurable y tenga que aprender a vivir con eso (dentro de una cueva y comiendo ratas, por supuesto).

lunes, septiembre 25, 2006

Circular

Blanco negro
vida muerte

vos yo nos
puente inerte

ojo amarillo
techo añil
flor amarilla

encontrarnos
perdernos
encontrarnos...

lunes, septiembre 11, 2006

Carmín

Cual sueño, vida:
Vuelas, desciendes, pero
siempre terminas.


Amanecieron tus ojos errantes. La blancura aséptica del día los cegó con saña durante esos instantes que aprovechaste para hundirte entre tus sábanas blancas con la almohada incondicional entre tus brazos. La ventana gritaba nubes (la muy desgraciada). ¿Para qué ibas a querer más nubes? No, gracias, y con cierto dejo de timidez te empezás a reconciliar con el techo blanco y el día enano. El cielorraso se deja mirar, palpar, casi acariciándote desde arriba, como una madre sobreprotectora; pero claro ¿cómo te vas a acordar de eso? Fue hace tantos septiembres…

Como escapando del asedio luminoso del ambiente, buscás refugio en la tiesa calidez de la plaza libre de tu cama girando levemente la cabeza hacia tu flanco izquierdo y acurrucándote entre tus propios abrazos secos. Y sí, nada. Nada no como cuando uno en realidad piensa Todo, sino Nada como Nada de Nada. Nada como los seis meses que bastaron y sobraron para enfriar un colchón blanco en una pieza blanca. Mirás las nueve que se asoman desde el despertador hoy mudo por el fin de semana, y te dejás envolver nuevamente, quizás esperando que algo, alguien o nada te obligue a dejar el lecho mortuorio en que yacés a diario.

Dos minutos son resortes, y ella es algo, alguien, nada y todo, parada a los pies de tu cama, hermosa como siempre, nunca y jamás quizás, con sus enormes esmeraldas visuales, la cascada negra sobre sus hombros delgados (desnudos obviando los breteles) y el camisón blanco que tanto te gusta haciendo juego con la pieza blanca de techo blanco y ventana nublada. Tardás un poco en adivinar su silueta bajo las telas semitransparentes del camisón blanco que tanto te gusta (y que hace juego con la pieza). La mirás, recorrés, explorás, aprendés, aprehendés, comprendés, pero no, no comprendés en realidad. No terminás de comprender la escena. Ella, ahí, parada a los pies de tu cama, hermosa como siempre, lo revisás y analizás aún luchando contra la letárgica modorra en que ayunás. Lo mismo: ella, ahí, parada, mirando, recorriendo, explorando, sonriendo... sí, te sonríe; mirala. Mirá como la sonrisa deviene en una mueca sardónica que invade por completo su semblante. Mirá como las carcajadas empiezan a brotar con tanta euforia que se le terminan cayendo, vencidas, las lágrimas, las piernas, los brazos, la cara, la risa, pelo, manos, hombros y de repente ya no es más que un bulto tembloroso yaciendo a los pies de tu cama, luchando por no ahogarse en un océano implacable desbordado entre sollozos.

Reptás lentamente; te abrís paso entre la jungla incomprensible de sábanas enmarañadas indistintamente hasta llegar al borde, al quiebre, al abismo, pero ella ya es tarde. Su espalda se te escapa rabiosa corriendo por el pasillo que da al comedor pintado de blanco. Te calzás lo primero que encontrás (luminoso y sedoso, que descansa sutilmente sobre el suelo frío y lustroso) e intentás seguirla, apurando la marcha por el pasillo que da al comedor pintado de blanco. El pasillo, con su tentador espejo mirando de reojo, pasa como rayo por tu izquierda y al llegar chocás contra una nada tan vacía que te vuelve la sangre un bloque de hielo rosado del que asoman ciertas formas huesudas que terminás adivinando como propias. La mesita insípida de vidrio con caños negros te saluda de mala gana mientras el sofá minimalista ni la hora, tan absorto en las piernas sedosas de la tele durmiente. La ventana del comedor viste de nubes que, curiosamente, combinan con las paredes blancas, el techo blanco e incluso con ella, asomada desde el baño, vestida únicamente con el camisón blanco que tanto te gusta. Aún en garras del trance hipnótico en piel de cama, comenzás a levantar tus piernas de a una a la vez, coordinándolas de forma que puedas ver cómo, casi mágicamente, una se adelanta a la otra, y luego la otra se adelanta a una, y luego una a otra y así sucesivamente hasta hacerte atravesar el umbral del tocador y arrojarte secamente frente al inodoro, anfitrión maleducado que te recibe anonadado, boquiabierto, exhibiendo con orgullo su boca maltrecha y pestilente esgrimiendo restos de comida putrefacta. Te saluda cordial, hacía mucho que no charlaban; de seguro tienen tanto de qué hablar… vos sabés: que el laburo, que la casa, que la cama, la heladera, la vida, la vida. Te distraés contándole trivialidades sueltas cual papel picado (o carne) y pasás el rato, sobrellevando con calma la charla por más que te la veas venir como siempre. Y pasa nomás, empieza con las preguntas. Que cómo, que cuándo, cuánto, cuántos, ¿tanto? Sí, tanto pero tanto que, del asco que te da escucharlo reflejándote en su agua, te arrancás todo lo que él busca y lo largás sin titubear en su cara gorda, fofa, fea y boquiabierta, justo dentro de su agujero boquiabierto, esperando saciar sus preguntas con un torrente marrón verdoso que condensa insultos, broncas, iras, frustraciones, saliva, gritos y demás etcéteras tortuosas. Lo que mata es la mezcla, viste.

Te calmás, se calma, cesan los gritos y agradecen la mutua tregua mientras tus brazos te rescatan de un desmayo como pozo ciego. Te mojás un poco la cara, la boca, las manos (que ya estaban mojadas) y, buscando alguna toalla, te topás con la ventanita egocéntrica, blanca como el baño, descansando sobre el lavatorio. Te contempla atónita, y ves que algo borroso empieza a dibujarse tras el vidrio empañado, justo entre tu cara y el inverso maniquí que te imita desde el fondo. Intentás, pero no lográs adivinar; está tan borroso que le restás importancia. Volteás con cierta incertidumbre, temiendo que se escape y te reemplace, pero confiás en que el vidrio de por medio va a ser lo suficientemente fuerte como para evitar contacto alguno entre el mundo inverso y el derecho (aunque no sepas discernir cuál es cual… el otro a veces parece tan real…). De repente, te saludan la bañera tibia, expirando vapores de jazmín, y el camisón descansando al lado de las toallas blancas. Calma al fin.

La imaginás relajada, descansando bajo el agua con espuma y te causa cierta envidia tanta paz en el ambiente. Pensás en comentarle las disputas con el bocón de mal aliento, pero no viniste a eso, sino que atravesaste el umbral del tocador por andar tras ella, que (recordás) no debería estar ahí. Es tu casa, no de ella; tu bañera, no de ella, tus toallas, tu espuma, tu espejo y las nubes de allá afuera contagiando al baño entero. Presintiendo el acecho del espejo tras tu nuca, te guardás el miedo y desplazás lentamente la cortina de la ducha tironeándola hacia la derecha suavemente con tu mano derecha hasta encontrarla a ella recostada, relajada, muy relajada, tan relajada con las esmeraldas visuales atentas a la nada y la cascada negra serpenteando libremente sobre la espuma color rosa que corona sus hombros desnudos, ya sin breteles. El carmín bajo la espuma, alimentado por un par de manitas inertes flotando cortadas casi de raíz, se burla de tu asombro y de tu cara blanca contrastando con tanto rojo salpicado entre las toallas, la bañera, chorreando en las cortinas, las paredes, deletreando un poema (antes ilegible) en la niebla del intruso, el espejo.

Tus extremidades entran en un frenesí rabioso que te arrastra contra tu voluntad fuera del baño, intentando huir de la pantomima diabólica que revienta en carcajadas estruendosas al clavarte la mirada y encontrarte contemplando lo inaudito, lo imposible, lo indebido. Procurando no mancharte, te arrojás al comedor, aún nublado, y te ahoga nuevamente con la nada tan pesadamente fría (y vacía) que pasea libre entre los muebles echados casi al azar (tablero a cuadros monocromo, dos reyes, un peón). Añorás la blancura de tus sábanas, tu almohada incondicional y ese techo que te abraza como manta de peluche. Atravesás violentamente el pasillo casi degollándolo y desestimás la mirada del reflejo, que contempla con jolgorio la ausencia de manchas en tu ropa blanca. Llegás a tu cama y te parás a los pies. La mirás.

La ves reflotar lentamente de los blancos confines de un océano de telas y mirarte como ahogado a un salvavidas, adivinando tu silueta bajo el camisón blanco semitransparente que tanto le gusta y que hace juego con la pieza. Está hermosa, con sus enormes esmeraldas visuales clavadas en las tuyas, intrigada por la negra cascada que acaricia tus hombros delgados. Te mira, recorriéndote, explorándote, aprendiéndote, aprehendiéndote, comprendiéndote, pero no; no termina de comprender la escena. Su carita estupefacta te arranca una sonrisa. Son las nueve y dos minutos, y, como poseída por la frustración que acarrea una empresa cíclica, estallás en carcajadas mientras se te ahogan los ojos y te traicionan las rodillas, dejándote caer sin reparar en lo que vendrá después.

jueves, septiembre 07, 2006

Dos Haikus

Haiku VII:

Tic, tac, tic, tac, tic:
Marionetas vitales
del mundo feliz.

Haiku VIII:

Cual sueño, vida:
Vuelas, desciendes, pero
siempre terminas.

martes, septiembre 05, 2006

Cuatro Haikus

Haiku III:

A la distancia,

se cae un chalecito
en Mar del Plata.


Haiku IV:

Tú, exquisito
diccionario: Maldito
cadáver eres.



Haiku V:

Dulce petróleo:
En un blanco cáliz al
tiempo engañas.


Haiku VI:

Las suaves hebras
se entrelazan hasta
rendirse juntas.

sábado, septiembre 02, 2006

Incógnita

¿Cuántas veces te has enamorado (sí, enamorado),
de las tenues pintas blancas, en el cielo, menguando
al crepúsculo; y tú solo, desde el suelo contemplando
a ellas lejos, que entre nubes se confunden, desfilando,

siendo toda escolta esa vieja amiga, confidente,
la odalisca humeante entre tus labios serpenteando,
al compás de balses (por tus dedos trazados) danzando,
esperando, escuchando, pues de ti ella no disiente,

mientras la noche se hace día, ése punto donde el sol
con modorra incipiente alumbra imponente, elevándose
sin moros insolentes que osen ofenderlo enfrentándose

a sus alas ardientes, a su sacro y luminoso festín;
abrazando tus ojos ya rendidos ante su eterno candor

atenuando las penumbras de tu alma sin amor, por fin?

viernes, septiembre 01, 2006

Haiku II

Escarabajo:
Desde tu rosa ya ves
bichos abajo.

Intruso

Soy espejo
si tú sufres, yo te siento
tú me admiras, te contemplo

cuando hablas, yo te entiendo
si volteas, quedo atento
al acecho...

Cadáver exquisito (García-Rodríguez)

Madrugada post-letargo. Espejo, cara, boca, ojos. No soy yo pero es parecido, parecida o hamster menos peludo y grandote, che, que me quiere atacar desde el espejo de la abuela. Es como una bestia, pero tiene ojitos de chino. Debe ser la madrugada. A ver si abro un poco las ventanas y me amigo con el sol. La abuela me regalo ese espejo, ¿Habrá tenido siempre las marcas de los años? Y no, che. La abuela tampoco nació arrugada (¿posta? sí, posta) además, (no me estás jodiendo con la abuela, ¿no?) a esta hora los espejos están de malas, por no decir con resaca por la parranda de anoche. Algunos ni resaca. Puro etileno, drogas duras, no reasons y te deforman de puro comediante de Tetra-Brik. La cuestión que este espejito maltrecho asicomoloves refleja una belleza y un hamster con cara de chinito a la vez (fijate la ironía de chino meaning "high").

Una belleza de 18 años, pelo medio anaranjado, y ropas cool revoleadas por el piso. Un vestido medio floreado, unos jeans rotos en las rodillas, converse marrones con cordones deshilachados, y una tanga seguramente de feria americana. El pelo es como un montón de trencitas... ¿es que los hippies no desaparecieron hace mucho? ¿y si me doy vuelta y la miro? ¿y si cuando me doy vuelta desaparece? Se desvanece esa belleza acaramelada, la piel como salpicada, los gestos como agudos, y ese comentario anoche... (¿anoche? ¿qué hora es?)... Probablemente esté sumida en alguna laguna de sahumerio, y se ría de vos al darte vuelta. Che, ¿y el reloj? Persianas, nena, per-sia-nas. Tanto despreciabas la tecnología. Despegate la almohada, pacificate con el día (¿día ya? Merde, che) y compranos algo para desayunar.

Que tristeza mi heladera... postrecitos Shimmy, flan de antes de ayer, y una banana cortada a la mitad. Mejor dejamos el bajón para más tarde. Me siento al lado, y trato de recordarme, recordarle, esa frase con la que me encaro. ¿Cuál de todos? preguntaría socarronamente el del cuarto de al lado. Risita de souvenir y a otra cosa. Un Nescafé a falta de té instantáneo (hablando de chinos y su creatividá). Hora de llenar el tanque antes que la heladera me demande por abandono de persona. ¿Coto, Disco? No. Eso mismo. Chino. El día huele a paradoja.

Cerrar la puerta de mi casa, ubicada en el piso trece es un martirio. Pero ¿qué es el peor martirio? Hace tres días que la ola de calor en este Buenos Aires húmedo y pringoso me esta matando, no solo por la cantidad de transpiración, sino por la cantidad de escalones que tengo que subir y/o bajar. 500. ¡500! Qui-nien-tos escalones para ir al chino a comprarle dos latas de arvejas y cuatro helados en juguito.

Mirale el lado bueno, cuando subiste ya te adelantaste a bajar las arvejitas (subi-baja-subibaja)

– Fuck, fuck, fuck with the fucking diet. Los helados en juguito tendrán algo de juguito pero no tanto de helado, y las arvejas... ¿quién sabe cuántas calorías tienen?... Uh, ahí está la gorda del noveno… mejor apuro el trote, a ver si me ve y me quiere preguntar dónde esta (otra vez) su gato. No sé por qué... tengo la sensación de que cree que lo envenené. ¡¿No me alcanza para las expensas y voy a andar derrochando en veneno para gato?! Como si que el hecho de que el gato me mee la puerta todas las mañanas, me rompa la bolsa de basura todas las tardes, y me despierte todas las noches, fueran buenos motivos para asesinarlo... Pobre bicho... reconozco que alguna vez fantasee con eso, señor juez, lo reconozco... pero tampoco la pavada vio?

Pero quien fantasea con el gato, también lo hace con la gorda, con el de enfrente, con el viejo loco de arriba y sus películas bélicas añejadas medio siglo. No engañás a nadie, sos una nena. ¿No ibamos a desayunar?

– Bué, a ver. ¿Cómo mierda se llamaba el chino este? ¿Ling? ¿Ching Ching? ¿Clin Clin? ¿Mao Mao? ¿Mao Tse Tung? Cierto que quería que lo llamen por el nombre...

Ponele Johnny Tolengo, total es lo mismo... no te vas a acordar.

– Merde alors, Horacio… la revolución tiene cara de minimercado. ¿Podés hablarle vos? yo ya no tengo paciencia, y recién son las... ¿que hora es?

– Hora de desayunar nena. Hablando de eso, tengo hambre todavía. Agarrá las cosas y mostrale plata, que ese lunfardo lo entienden bien. Divina matemática, ¡Oh, lenguaje universal!

– Encima este es medio sor... ¿CUÁNTO ES... Ling?... Este supermercado es como una resaca ¿ves? siempre que salgo digo: No compro nunca más acá. ¿Por qué siempre me terminás arrastrando a este antro? A ver, pibe, oíme, pibe. ¿Qué hacemos con la coloradita de arriba? ¿Decís que la hagamos con salsa bolognesa? Te dije que los fideos no me gustan... engordan...

Tirabuzón, querida... ¿seguís juntando lauchas como mascota? Diría que le montemos un drag-queen-show con lauchas en su cuartito. Puro placer estético, por supuesto, verla correr de bruces por la escalera olvidándose de ese invento llamado escalones.

– Ay, ¡Que malo sos!... pobre chica... la chupaba bien... yo digo que la dejemos dormir, y que la despertemos a los cintarazos...

– ¡¡¡Pero lauchas!!!!... ufa… dale, invitala a desayunar. A todo esto, ¿te dio vuelto el chino?

– Chino de mierda... ¡le pagué con 20! ¿No tenés ganas de ir a buscar el vuelto?

– Tan «vos» vos, eh…

– Dale, es ahí enfrente... vos tenés más... firmeza, más carácter... más...

– Mirá que no traje ni la faca ni el poncho…

– No me hagas empaparte las medias por 20 metros, dale...

– ¡Naides en sus cabales se enfrentaría desarmado a un chino por vuelto, es sabido. Preguntale al Chueco sino... ¿No lo conocés? ¡Ah! entonces preguntate por qué será.

– Necesito esos 7 pesos, Horacio. Cruzate la calle, no seas vagoneta.

– ¿Te respondo a vos o a Lucía?

– Ah, ¿encima esto? Andá a hacerle reclamitos a Babs, dale... a ver si Babs te sigue los jueguitos lingüísticos como yo… siempre con una distinta vos, no cambiás más negro.

– Blan-qui-to. No le quites mérito a lo único bueno que hicieron esos dos.

– No me contaste como te fue en el barquete... ¿Podés cruzar la calle y conseguirme los 7 pesos antes de contarme de las ratas del barco?

– ¿El barquete? Como siempre, delicioso, y después el inodoro. Navegás, comés, cagás. Lo del medio es nimio.

– Pensar solamente en ratas me hace sentir una, y sin esos siete pesos, accedo a la condición de rata, creeme...

– Te traigo 6 pesos... uno lo gasto en Carilinas, tus mocos son épicos ya.

– Lloro todo lo que se me canta, que para algo Dios me dio esta lengüita. Cuidado con la camioneta, Horacio.

– Sí, para algo te la dio... ¡PELOTUDO! ¡Mirá donde manejás!

– ¡Horacio, cuidado con la camioneta! Puta madre, ¿ni cruzar bien la calle sabés? Levantate boludo, dale. No me tomes el pelo. Horacio levantate. Horacio... Dios, ¿y el yuta de mierda dónde esta cuando tiene que estar? A la vuelta chamuyándose a la perra de la farmacia, seguro...

– ¿Mamá?

– Carlitos, sabés que recién paso una camioneta blanca y me lo toco nomas... no, no, si estaba bien... tenía los ojos abiertos, solo quiero que vengas ayudarme a levantarlo… me parece que está desvanecido... no, ¿qué muerto? muerto no... si ni sangre había...

– Mamá, ¿dónde estuviste?

– Sí, acá, acá… acá estaba supuestamente...

– Se extrañé, mami.

– Acá, te juro que fue acá... no, no volví a las drogas... ¿Dónde se metió este pelotudo? Me está haciendo una broma, como si de bromas se tratara… y con la colorada infernal allá arriba... seguro se la está volteando... ¿Dónde mierda se metió? Más le vale tener una buena excusa... encima el ascensor de mierda que no anda. Dios, 500 escalones y esta vez sola. ¿Cómo habrá hecho para subirlos? ¿Y si no está arriba?

– Dame teta mamá. Che, Lu, ¿Qué hacés con la cara de mamá? Te van a salir pelitos si seguís así, che. Fui a buscarte el vuelto, tomá tus 6 y mocos. Bueno, saludame a la colorada. Cuando cambies de opinión con lo de las lauchas, me avisás. Me voy a matar al perro, que me está volviendo loco además, mi media hora y... ¡¡PERRO DE MIERDAAA!!

– ¿A matar al perro, Garcia? Avisame cuando saliste del personaje, porque soy capaz de tratarte como a Horacio toda la vida. O lo que es peor, sentir que sos un fantasma alrededor mío in eternum.

– Eso es grave, ¿no Rodríguez?

– Very very.

– Una vez que nos volvemos personajes, estamos condenados a la inmortalidad como los necromantes, pero peor, porque ellos conocen su desgracia.

– ¿Y entonces? ¿Qué será de nosotros, ahora que nos odiamos pero no podemos dejar de ponernos a prueba, como Lucía y Horacio?

– Hacer una novela en vez de un cuento, y pretender salvarnos a base de traducciones y royalties.

– ¿Y qué hacemos con el muerto que habla pero que Lucía no escucha? ¿Será que Lucía no quiere escucharlo? Dios... ¿ves por qué me da pánico el escribir, Horacio? Uno siempre, fuck, siempre saca lo de adentro, y después... ¿qué hacés cuando tenés las fichas sobre el tablero?

(juro que lo voy a asar, perro de mierda) Las mirás, que bonitas, y empezás con otro.

Bien. Este cuento yo lo voy a terminar de todos modos. Esa Colorada tiene algo raro, y ya voy a descubrir con qué se las trae.

– Así me gusta. Sorprendeme. Me hablaste tanto de ella, y nunca la vi… fuera de vos, al menos.

– ¿Fuera de mí?

– Sí. La vi con tus ojos que se te escapan por la boca. Articulás la lengua, la ponés así, soplás, munch munch, se convierte en palabras y yo las convierto en Colorada. Ahora me falta verla con mis ojos.

– La Colorada es un turrita, yo lo sé. La Colorada me los va a llevar por mal camino a estos dos. Pero no se qué mal camino han transitado… cuál les queda por transitar...

– Entonces no queda otra que un palco y mirar con pochoclo salado y mucha Fanta Light.

– Lo que me faltaba, una nueva obsesión… descubrir quien es la Colorada…

– ¿Ves que fácil es escribir con la motivación apropiada?

– ¿Ves que difícil se me va a hacer la noche esta noche?

– No sé, preguntale a la Colorada.

martes, agosto 29, 2006

Finada

¿Dónde irán tus alas flageladas,
sino arriba, aferrándose de cada
soga que el gran juego les regala?

Por los sueños respirabas,
y cumplirlos anhelabas.
En recuerdos hoy naufragas,

y es tu pecho un hoyo negro,
con la sangre como arena,
sólo un grito en el desierto.

Nada muere, solo cambia;
hoy un gato, luego un pato,
luego humano y ya caminas.

Toda brasa un día culmina.
Ya en la ausencia de caricias
las perdices son ficticias.

miércoles, agosto 23, 2006

Eterna

Siempre era para siempre.
El pasado nos añora,
el presente nos ignora
lo corriente se resiente.

Qué irrisoria que es la vida.
Sin más miedos ni tropiezos,
sin más ciegos tan traviesos,
pareciera una utopía.

Cuando crees haber llegado,
liberado de las dudas,
respondidas las preguntas,
caes al suelo, lacerado.

¿Qué es la vida entonces?
¿Un conjunto de ilusiones?
¿Sucesión de situaciones?
¿Popurrí de insensateces?

No lo sé, y me importa nada,
ya que nunca me han vencido,
pues la lucha se ha perdido,
cuando ha sido abandonada.

lunes, agosto 21, 2006

Recuerda

Perder mis dedos en tu pelo
era como acariciar el cielo.

Respirar tu aliento
como si el aire no existiera.
Decirte "mi amor"
como si el mundo se extinguiera.

Recordar tu mirada en la mía,
tu alma abrazando a la mía.

Tus ojos, los míos
placeres impíos.
Que triste la suerte
perderte, mi muerte.

Recuerda...

domingo, agosto 13, 2006

Designio

El destino, pródigo dueño de guadañas humeantes, en tu ruta me ha cruzado. Así pues, gozaré de la divina antropofagia que me impulsa a disfrutar del suave néctar de tus montes. Tu boca abierta será templo del sacro licor que mis entrañas le confieran. Redime tu perfidia embebiéndola en la candorosa bendición que ahora saboreas...


Parte I:

Temeroso es tu semblante
como perro maltratado, expectante.

Tus golpes son devueltos con creces
pues toda deuda genera intereses.

¡Son mi dicha tus lamentos!
Comienzas a retorcerte,
yo comienzo a poseerte.

Dulce ira, cuán sabrosa tu mirada
resignada cual ventana empañada,
sumisa, ante la tormenta desatada.

Me alimentan tus berridos
pues la gula es mi pecado.
Entregado al vicio que apremia,
la naturaleza observa, incierta.

Derrumbada tu divina entrada,
zambullido en tu caverna inexplorada.
Hasta que en un alarido montada,
finalmente el alma se te escapa.


Parte II:

¡Arriba, cuadrúpedo infértil,
húmeda excreción humana!

Cesa ya tu voluntad desvalida.
Acepta, pues, así tu nueva vida.

La entrega se ha efectuado.
Divino menester del destino
finalmente consumado.

En lágrimas sangra el alma,
como en gran torrente bermellón
tu cuerpo, a borbotones, imitador.

A mi antojo hoy te he usado,
y con jolgorio desterrado
las brazadas de virtud
que en un ataúd han claudicado.

Es inútil luchar,
tu ardiente sangre así lo afirma.
Ya no hay vuelta atrás,
pues tu alma ahora es mía.

viernes, agosto 11, 2006

XII

Sirena letal:
Con tu voz mi naufragio
haz de hechizar.

Oscura mujer:
En tu veneno labial
he de perecer.

Faro sin niebla:
Mi camino incierto
hoy tu guiarás.

Incienso floral:
Al aroma sepulcral
hoy desterrarás.

sábado, agosto 05, 2006

Manifiesto

Manifiesto de la literatura Hágalo-usté-mismo (pt. I):

Dejar la pedantería de lado. Enorgullecerse de lo leído, oído, visto y vivido, pues lo creado no es más que un mero residuo de ello. Usar la literatura, así como cualquier otro vehículo-arte, como excusa para desnudar el alma, para así poder luego tomar la debida distancia y apreciarla en todo su esplendor. Mirarla, analizarla, desmenuzarla, destriparla e incluso lacerarla si se quiere, pues sus derrotas o glorias no serán más que un espejo de las dichas, desdichas y demás conflictos internos del autor. Usarla no solo como instrumento catártico sino como método de autocrítica y autosuperación. No se trata de «escribir mejor»; se trata de vivir mejor, y que las letras creadas permitan al alma reflejarlo sin temores.

jueves, agosto 03, 2006

Letargo

.universo este de
desterrados ser deberían
círculos loS


Buenos días, pero no contesta. Adrián no (te) contesta. Le hacés muecas, lo mirás, le gritás, pero sigue igual de abstraído que siempre. Y él pensará «De nuevo Flavio, tan él... tan simio, tan gordo-exhibicionista-en-musculosa-blanca como siempre, puteando a los gritos contra los tres vientos (¿no eran cuatro?) y, de seguro, a algún cuarto (ah, sí, cuatro) por ahí dando vueltas como D'Artagnán con sus tres mosqueteros, y ¡viva el rey, merde! Decí que el "agravado por el vínculo" retumba en mi cabeza y me impide bailar a gusto sobre su cráneo inerte, que si no te juro que no lo pienso dos veces...» pero no podés saberlo, Flavio querido, porque no lo estaba diciendo. Lo estaba pensando, y sólo podrías saberlo si lo hubiera estado diciendo, pero no lo estaba diciendo porque sólo lo estaba pensando y (Las ideas son libres, pues así fueron originalmente recibidas. Si son devoradas por almas propensas al sufrimiento, ¿acaso esa imprudencia ajena me convierte a mí en sádico?). Dicen que en la vida la única constante es el cambio. Hay algunos más bruscos que otros, pero nunca dejás de cambiar. ¡Ni muerto, fijate! se te empieza a caer la piel, te pudrís y ¡puf! sos un esqueleto como los de Hitchcock. Y hablando de muertos y espantos, tres bifes, la cara roja y ahora sí, buenos días Adrián.

– ¿Cómo anda mi bella durmiente? No me digás que otra vez Laura...

– «Que otra vez Laura». – Adrián, más allá que acá. – No me jodás.

– Vos no me jodás, te falta sopa para estar así por eso. Mirate, sos un trapo de piso. No podés intentar encontrar eso que llamás amor (o Laura) sin haberte encontrado antes a vos mismo, y mirá que estás lejos. Ni hablar de Laura (o amor). ¿Por qué no empezás por ese algo que andás buscando desde que eras un frijol? Sí, es jodido porque siempre va cambiando. Ayer era un algo diferente del algo de hoy, que a su vez va a ser un algo distinto al algo de mañana, y así sucesivamente. Montones de algos, algüismos, alguías y algüedades que se amontonan y apilan formando un algo enormemente infinito como la paradoja misma. Ahora agarrá ese algo (infinito, como dijimos) y multiplicalo por el algo (también infinito) que sos vos, y decime cuanto da. Dale, rápido, 10, 9, 8, no pienses mucho, 4, 3, 2... ¿Ves que sos un boludo? Dale, volvé a dormir. Mañana hablamos, o pasado, o nunca. Es lo mismo, no vas a cambiar. Puta, che, que baranda a vino berreta que tenés, hermano.

Recapitulemos. Adrián, amigo. No; Adrián, conocido, compañero de cuarto... borracho. De nuevo; Adrián, borracho, vago. Adrián, borracho, vago de mierda. Y si «vago de mierda» y «comediante de Tetra-Brik» (también de mierda), entonces «Adrián» (de mierda igual, ¿por qué no?). Tantos años sobre este mundo y todavía te maravillás ante las bondades de la filosofía moderna. Che, que lija. ¿Qué habrá en la heladera?

Nada, para variar. Terminamos desayunando tele, para variar. Videoclips, para variar. Hace cuánto que no veías algo a color por esos pagos. Nadie mejor que Cyndi, porque Madonna es más blanco y negro que brillantina, pero un Boy George hubiera sido bueno, aunque quizás demasiado rosado, y nunca te agradó del todo ese color. Más que nada porque así son las relaciones antes de tornarse marrón-caca-verdoso y apestar como el agüita de nuestros paseos peregrinos por un Buenos Aires pomposo y portuario como el de la semana pasada. ¿Pero desde cuándo vos pensás en esas cosas?

Piensa cierto no-muerto: Laurita, Laurita. Si el pendejo este supiera que la copulación... Flavio pendejo y puto, reputo. Si vos supieras que la salvaje e in(...)sulsa co(...)pula(...)ción de la que me hablás. (...)Mi amor, que me hablás de (...)que te quiero para(...) porque te quiero, pero no para(...) «Para desgracia de tus cavilaciones, no nací con esa infame y desabrida inclinación. La naturaleza me ha dotado de la sensibilidad para abrir y compartir mi alma, así como también mis placeres y perversiones, con aquellos a quienes considero dignos de mi más profundo afecto.» No hay caso Adriancito, la resaca (mala, mala, nena mala) te volvió a ahogar los aires de poeta frustrado.

Cindy (pero otra, sin glamour) insiste en que el teléfono está behind the couch. 911 en pantalla y Jimmy Pop bailando con Carmen. Rubias en estéreo, como no podía ser de otra forma si queremos que Jimmy siga siendo Pop, mientras vemos cameos diversos de Bloodhound Gang gozando de la buena vida. Pero Carmen, sedienta de Jimmy, quiere bailar con él y los músicos sobran, porque el que tiene onda siempre es el cantante, fijate que Luismi, y Ricky... ¿dónde está la banda? no hay banda, no hace falta. Who needs bands when you've got computers? Hacele caso a Carmen y al carajo con los demás, que Jimmy baila bien y el sombrero de la rubia duplicada combina con su camisa violeta tan masculina. Entonces Carmen le baila a uno, después a otro, pasito por acá, por alla, los distrae a base de nalgas, chau freno de mano en el cochecito rojo y no más nalgas que mirar sin ojos que las miren. Siguiente toma, la pileta hecha fiambrería. Nice, though. Jimmy sigue cantándole a su nombre mientras Carmen, champagne en la fiambrería, y algún electrodoméstico nunca sobra en el agüita. Solved, no más banda... ahora a por Jimmy, pero cagaste Carmen porque el niño Pop terminó siendo...

– Che, Adrián, ¿conocés algún eufemismo para «marica»?

– Si, «Flavio». Dejame dormir, pelotudo.

(...entonces terminé bailando con Carmen Electra...)

Filosofía de nuevo. Adrián, cortamambo lingüístico; puto, reputo y cortamambo. Flavio, según Adrián, también puto y reputo, pero pendejo a falta de cortamambo; y a falta de borracho, gordo-exhibicionista-y-todo-lo-demás (y agrandame el combo con un «de mierda», por favor). Pero uno piensa que el otro, y el otro piensa que uno... hijos de puta, tendría que matarlos a los dos de una vez por todas. Mantra, mantra, mantra… Nunca es tarde hasta que realmente lo es. Nunca es tarde hasta que realmente lo es. Nunca es tarde hasta que realmente lo es. La repetición es la base de la aceptación sin cavilación. Reprogramación.

Adrián, querido, qué mamúa, por Dios. Sí, Dios. ¿Tanto te cuesta? «Fuera lo que fuese, si Dios existió en algún momento, no fue más que en las mentes y corazones humanos, víctimas de un inquisidor despecho pueril que los obligaba a rendir culto a un creador omnipotente. Quizá una suerte de Edipo agudo que no halló saciedad en una figura materna tangible…» Che, pero que loco que sos borracho. ¿Eso lo dijiste en voz alta? ¿Por qué te mira el puto-de-Flavio?

– Che, Adrián.

– ¿Qué te pica?

– Nunca es tarde hasta que realmente lo es.

– ¿Volviste al pegamento, enfermo?

Lo del pegote es una excusa. ¿Te das cuenta? Te está mirando. Adrián te está mirando. Se hace el dormido, pero te está mirando. Piensa que sos puto, reputo, y te está mirando, y está esperando que te duermas, por eso te está mirando. Te mira porque cree que sos puto y reputo. Y vos sabés que el puto reputo acá es él, así como también sabés lo que sale de puto más puto, matemática pura. Y si encima reputo ni te cuento. Pero vos no putás ni reputás, eso es sabido. ¿Qué pasó con esa costumbre de parar taxis con la mano derecha erguida y orgullosa de sangre aria? ¿Te pensaste que Laura…? ¿Por qué te pensás que nunca la conociste, Laurito? Puto y reputo y recontraputo. Sí, puto y caño… dale que va, linda mezcla. En el armario, debajo de las camisas. El resto en la mesita de luz.

Se levantó. Toad on the road rima como puto en el baño... (bueno, no rima). Agarrá el caño (ahora sí rima). Rápido, las balas al bala. Este es de esos momentos en que si lo pensás mucho no lo hacés. Determinación. Arma cargada, manos listas, ojos rojos. Todo-listo-pibe, apurate. Entrás al baño. Lo ves, ahí está, te mira, lo mirás. Uno, dos disparos, ¡Tres, cuatro, cinco! ¡Mierda! ¿Qué le hiciste al espejo? Dejate de joder y hacelo de una vez por todas, no seas cagón. ¿Todas esas noches en vela fueron pura literatura mental? ¿Qué hacés, inconciente? Sacame el arma de la cabeza. ¡No seas boludo!

¡Pum!

“Epílogo” o “Fragmento prescindible”


¿Y los vecinos? Con ese ruido la policía ya debe estar a mitá-camino. ¿Quién les explica que el disparo, que los gritos, que tus monólogos...? Siempre tan vivo vos (vaya ironía). Ahora que estás muerto, ¿quién me ayuda a esconder mi cadáver?

jueves, julio 27, 2006

Sobre el cambio...

¡Qué altercación! Que blanco porque blanco y no negro porque blanco también, y el hórden y los orarioz y la gran gorda vida girando en un frenesí rabioso, vomitando su espuma mugrosa en las caras atónitas de los cadáveres ociosos con make-up escénico disfrazando su latencia.

¿Y ahora qué pasa, eh?

El cambio es la única constante. ¿Acaso también la única salida?

jueves, julio 13, 2006

Sobre escritos...

Los escritos son el residuo de nuestras lecturas. Enorgullecernos de ellos sería como celebrar una montaña de mierda tras un suculento banquete. Lo único que nos diferencia de los locos es el escenario de nuestras demencias. Quien dice calles, veredas y subtes, bien puede decir hojas, papeles, litros de tinta y teclados gastados por el abuso. Todo está en la perspectiva.

martes, junio 06, 2006

Anís

Todo era simétricamente perfecto.
Lo noté al descubrir un tic nervioso
en mi ojo izquierdo.


Me quedé mirándolo fijo, como consolándome por no haber podido insultarlo como ameritaba su rápida huida. Calma –me dije–. Sólo otro viejo maleducado. Otro de los muchos cientos, miles, millones de viejos maleducados que caminan por las calles, como dueños de las aceras, toreando y maldiciendo mientras les dé la saliva (y las polillas, porque siempre huelen a naftalina). Y después dicen de nosotros, los jóvenes, que no tenemos respeto por los mayores, la familia, la vida, la gente, la autoridad, ¿yo qué sé? (no es una pregunta)... y encima de todo, cobarde. Si sólo hubier...

–¿Che, estás acá? –me preguntó Lara, bajándome de un hondazo–.

La noté intrigada por mi mirada perdida en un viejo ya invisible por la esquina. Era tierna. Su sonrisa me remitía a esas ardillitas tan dulces y juguetonas que uno ve y alimenta en el zoológico cuando lo llevan de prepo un domingo a la tarde para que no moleste mientras papá mira el partido y le grita a la tele.

No sé por qué, de repente, me acordé de papá.

Pasé por alto mi brote gerontofóbico y analicé la situación. Es sabido cómo reaccionan algunas mujeres al descubrir que esa nube (sí, la que tiene forma de conejito) me estaba resultando más interesante (no, al lado de la que parece un pato) que tragarme el aire ya enrarecido y un tanto fútil (esa misma, ¡mirá qué bonita!) que había generado su monólogo existencial. Mi chivo expiatorio terminó siendo el viejo contra quien tanto había despotricado minutos atrás.

–¿En qué pensás? –me preguntó, sonriendo; tierna, dulce, juguetona, tierna...–.

De no haber considerado esa pregunta como una cuerda salvavidas al augurar el inminente naufragio en una charla trivial, la hubiera insultado a lo políglota. Pero, contrario a mi habitual genio evasivo –y desestimando el reciente incidente–, ese día me encontraba particularmente de buen humor, ¿quién sabe por qué? (no es una pregunta).

–En vos, te miraba –le contesté–... ¿yo qué sé? (no es una pregunta).

Los cachetes se le inflaron como dos manzanas rojas acarameladas, como esas que comía de chico en El Tigre cada vez que mi papá se encaprichaba con la fantasía de ir a pescar. Casi siempre terminábamos regalándole lombrices a ese enorme charco de sopa fría y viscosa entre marrón ocre y verdosa, que olía (y, de seguro, sabía) a heces y orina.

Yo corría por mis campos, viendo florecer los frutos de mi estrategia, mientras las aves volaban rapaces creando un espectáculo digno de ser admirado. Estando casi casi casi convencido de mi airosa retirada con laureles y demás, me asestó el golpe de gracia; ése que hace aullar a la muchedumbre cuando ésta ya está empezando a levantar sus cosas para irse a casa.

–¿Y qué más? –atacó, sin disimular su sonrisa–.

Sucumbí finalmente ante su curiosidad de infante goloso, y accedí sumiso a responder a su tan habitual y luego tan inesperada pregunta. Me invadió el pánico, el desconcierto. Me sentí el cazador estrella al que se le escapa una segura presa por subestimar su propia empresa. Pero la escopeta no en vano tenía dos caños, y Lara empezó a tratarme de loco tras lograr tumbarla al segundo tiro. Nunca comprendí esas preguntas semi-planificadas que esperan respuestas similares y se enojan si no las obtienen (es que las preguntas son tan quisquillosas a veces...).

En el fondo era cierto, la estaba mirando, como también era cierto que no (no estoy loco). En realidad (¿realidad?), creo que la estaba estudiando… un poco como buscándole algún sentido oculto a su semblante vacío (ya tendré tiempo más adelante para reivindicar o hundir irremediablemente mi cordura). La imaginaba como una nube de mundos inconexos, flotando cerca los unos de los otros y vistos con forma de rostro sólo tomando cierta distancia, como esos óleos baratos de feria americana cuya imagen depende casi exclusivamente de la voluntad del curioso.

La metafísica de cotillón me había empujado a intentar ver más allá, siendo ella no ella sino parte y todo de un todo inverosímil. Y de ese todo, yo no sacaba nada. Respirando la desazón de la incertidumbre filosófica, por no decir demencial (sólo los filósofos y los locos apuñalan tan brutalmente sin más armas que dos ojos), intenté descender (o ascender, porque los subsuelos son infinitamente más lúgubres que las terrazas) a la realidad apartando mi vista de ese universo extraño. Terminé entrando en su ojo derecho. No soy amigo de lo ajeno, pero los tenía tan abiertos (seguramente a causa de mi respuesta) que ni me molesté en llamar.

La caverna era enorme. Tan oscura como luminosa y tan brillante como opaca. Empecé a sentir náuseas por girar como un trompo (nunca me gustaron los trompos) buscando calificativos que se adecuaran al lugar ante el cual me encontraba absorto. Intenté huir, hasta que caí en la cuenta de que la caverna ya no era caverna sino una suerte de carretera sin o con suelo, techo, paredes, no-techos, no-suelos, no-paredes, todo, nada, nada, nada, todo, ¡truco!... y nada nuevamente, como cuando Ricardo me guiñaba un ojo, y yo no sabía si pegarle por desfachatado o cantarle retruco. Siempre terminaba yéndome al mazo de mala gana.

Se hace difícil ganar e incluso perder cuando no se tienen cartas que jugar, o cuando el que argumenta en mi contra soy yo mismo. A la larga, resulto ser tan buen sofista que mis argumentos adquieren una validez similar a la de la mala imitación de un billete de tres pesos que todavía creo tener guardada en el cajón de mi mesita de luz, sólo por si acaso..., pero no sé a qué venía todo esto de la timba y el orgullo y mi amigo afeminado.

Un lamparazo casi fotográfico me devolvió de un manotazo la poca lucidez que tenía guardada por algún lado (de seguro no en la mesita de luz). Por desgracia, a veces me distraigo fácilmente. ¿Dónde me había quedado? Sí, flash... no pretendo narrar mucho al respecto, pues estaría mintiendo y no me gusta mentir escribiendo, porque cuando escribo no soy yo, sino sólo la resaca del yo que el día y la rutina se ocupan de filtrar a diario, casi sin que yo me dé cuenta. Si voy a mentir, que sea yo el que miente y no un mero testaferro. El flash, el flash… la escena me recordó a los siempre educados taxistas de Buenos Aires en hora pico y con pasajeros. Dadas las circunstancias, perdí el conocimiento por el golpe, tras haber hecho las veces de guardabarros para este gentil transportista apurado.

Desperté flotando en algo parecido a un océano sólido (pero no tanto) y transparente (pero no tanto). Buceando en el recuerdo, me reencontré con mis padres. A papá ya lo nombré varias veces (porque mamá siempre era la que sacaba la foto), pero nunca profundicé sobre la persona que ocupaba aquel honorable cargo público, y tampoco lo haré a esta altura del partido. Sólo me limitaré a describirlo. No como el hombre, ni como el padre, ni como el deportista frustrado, sino como el oficio perfecto. Aún hoy lo veo en martillos, cuchillos, bisturíes y gamuzas, y no en balones, retratos, relatos, infancias, en fin. Mi madre, en cambio, era de esas tantas personas que dicen calcular como sinónimo de pensar. Ya había tenido suficiente de ellos en vida, y no estaba para arruinarme el día, así que intenté salir a dar una vuelta para aprovechar mis improvisadas vacaciones. Pero noté que el tiempo estaba pasando más rápido que de costumbre y corría como un conejo blanco cuando mira su reloj de arena que gotea.

Los viejos siempre se quedan dormidos, y eso me hizo notar que ya era vejez, como podía haber sido de noche.

La siesta me hizo bien, y desperté hecho un pibe (literalmente; de ocho o nueve años), con la energía hiperactiva y volátil que los caracteriza, al menos hasta la pubertad. Fue precisamente pubertad (como podría haber sido mediodía o almuerzo) cuando tomé conciencia de que había jugado y saltado más de la cuenta durante mi niñez o mañana, y tuve que sentarme a descansar un rato.

Con el paso del tiempo (qué cosa ambigua últimamente), uno va teniendo revelaciones casi existenciales antes impensables, como que la Quilmes Cristal oculta, tras su fachada de cebada, cierto rumor a las lima-limón baratas que solía tomar en las playas de Brasil cuando vacacionaba con mis tíos, o que los señaladores, con frases de segunda mano y calendario al dorso, terminan resultando bienes particularmente útiles cuando la voracidad lectora no va de la mano con la memoria de los viejos años, casi siempre lubricados por un cortado anticipado por el ademán con los dedos para pedir «un cafecito, maestro» y despedido por la pantomima casi obscena para llamar al mozo. Todo esto sin olvidar, por supuesto, el broche de oro con el vaivén frenético de la mano emulando una firma aérea, que pide la cuenta sin obligarme a levantar la voz (que es de mala educación en lugares públicos). Y si le digo manteca, el mozo me trae una medialuna, porque es lo normal, es como la gente comer medialunas en vez de manteca. Porque uno pareciera ser tremendo degenerado si no se viste como-la-gente, si no habla, se comporta y come como-la-gente (yo como, tú comes, él come, vosotros, nosotros, ellos, nadie...). Siempre me consideré muy generado al respecto. Quizás lo soy. Quizás nadie me avisó cuando falté a la clase en que dijeron dónde comprar los apuntes para esa unidad.

Mirando un poco para cada lado, como quien no quiere la cosa, él se inclina hacia ella usando de soporte sus brazos cruzados sobre la mesita cuadrada de un bar en la esquina de Pueyrredón y Paraguay, como intentando secuestrarla y someterla con la mirada mientras ella sonríe, ingenua, ignorando cómo él guarda la mueca sardónica en el bolsillo interno de su saco de imitación y se frota las manos (como un cirujano preparándose para operar) cuando la ve levantarse y dirigirse al toilette.

Pero ella vuelve, ve la galera rota, y al mago se le escapa el conejo. Sale del bar, como el agua de la tina por un desagüe con sarro, adelantándose a la falsa tentativa de caballerosidad que le quiso abrir la puerta y game over.

Beber la soda cuando todavía queda un dedito en la taza termina eternizándole el sabor al café y, a veces, hasta a la mano entera. Pero la soda es la soda y nada más que la soda. «Por el pasillo, a la vuelta» Una, dos, tres veces que me hacen pensar que tal vez la mesera tiene, o cree que yo tengo, algún tipo de retraso mental severo cuando la soda me manda a preguntarle dónde queda el toilette de caballeros.

Ya se iba haciendo tarde, así que me refugié en un paquete de caramelos de dulce de leche dentro de un pasillo de subte con aroma a jazz y saxo solista hasta que la música se extinguió, así como mi lucidez. A eso de los 40 o 50 (como podría haber sido de noche) terminé tendido en el suelo como un costal de cebollas rancias, invitado por aquellas cálidas callejuelas a pernoctar cobijado en sus laberínticas entrañas.

Fue vejez de nuevo y la claridad diaria después de tanto (¿poco, mucho, nada?) tiempo de oscuridad me encandiló temporalmente hasta que mis ojos seniles se acostumbraron al sol de la mañana sobre la boca del subte que oficiaba de catre. Me levanté y empecé a caminar por las calles, algo desorientado, intentando ubicarme un poco en el mundo despierto cuando, sumido en mis cavilaciones, choqué contra un joven que venía charlando con su novia, amiga, conocida, ¿quién sabe? (no es una pregunta). Pensé en pedirle disculpas, pero la situación me resultó extrañamente familiar, y siempre le tuve cierto miedo a los Deja Vú.

martes, mayo 09, 2006

Haiku I

Gran sol brillante
que al gorrión contempla.
¡Qué paradoja!

sábado, abril 01, 2006

Sobre la lucha interna...

Proceso de Reorganización Personal.

Desperté al alba rodeado de una inmensa masa móvil, un abundante y grotesco rejunte de cuerpos sin alma, artífices de un gran virus para autoconsumo colectivo producto de incertidumbres y sinsentidos y demás puerilidades vueltas voluntariamente inextricables, cuyo único objetivo era desviar falazmente de la realidad binaria a todos aquellos que hubieran sido infectados.

Se manifestó como el miedo a los fantasmas, terror solo comparable en potencia e incoherencia al de un infante en las tinieblas, pues aquellos espectros no eran más que espejos cubiertos por telas de escaso porte, colocadas por las mismas víctimas para disuadirse de la lucha eterna, llámese disidir del promedio; aquella militancia que, según es fama, solo termina cuando se la abandona. Por carencia de final, los desgraciados la ven infructuosa mientras los iluminados escalan incesantemente y observan desde la lejanía a los ínfimos primeros.

Al aceptar la propia perspectiva, la paradoja es el antídoto. Hallándose en un nicho interno solo asequible por determinación propia, cual oruga en plena metamorfosis, el cambio debe verse como menester, desterrando todo vestigio de confusión y afianzando la voluntad de progreso. Es el proceso entre ver una puerta y atravesarla. Simple y compleja, comienza la batalla contra el verdadero enemigo; el único aliado.

El peor enemigo es el que llevamos dentro.

domingo, marzo 19, 2006

Sobre la incertidumbre...

Una avalancha en el horizonte. El animal salvaje vaga; va aquí y viene allá, testigo de vastas irrealidades inverosimiles saturando sus sentidos al tiempo que busca un espacio para descansar de la tormenta interna. ¿Será esta una artimaña del destino? Es que, tú sabes, siempre es más fácil destruir que crear, caer que subir, y debe ser por eso que hay tantos programas de chimentos en la televisión. Sin embargo, la destrucción es también parte de la creación, y ante la saturación se debe tener el suficiente criterio para oficiar de arquitecto y elegir que destruir en pos de espacio para crear.

A veces, vale la pena... a veces, no.

domingo, enero 22, 2006

Luz

Sumida en un mar de penumbras,
avanzando solo al tacto,
abrumada por las penas,
el camino luce eterno.

Sumido en un mar de penumbras,
próximo abismo ante el cual ceder,
vislumbro una luz a la distancia
y al instante me echo a correr.

Sumida en un mar de penumbras,
corriendo cual tigre en plena caza,
eufórica ante la próxima salida
anhelando la luz de la esperanza.

Sumido en un mar de penumbras,
tembloroso ante un difuso espejo,
la ilusoria salida se disipa,
mi linterna alumbra tu reflejo.

Sumidos en un mar de penumbras,
combinamos nuestras almas,
arrojamos las linternas,
nuestra luz abre nuevas sendas.

Buscábamos lo mismo...