jueves, mayo 17, 2007

Ya habia visto

Cuan terrible fue el tormento que asedió a Octavio Páez durante la veintena y lustro en que le tocó reptar. Ya había visto el sol caer, los nardos florecer, las rosas palidecer. Ya había visto el negro cielo y el blanco infierno. Ya había visto a los niños y a sus perros, y a sus madres gimiendo, así como también había ya visto al tren que los finaría cual trueno. Bien sabido es que podríamos eternizar la lista, por cuanto, a modo de resumen vano, la limitaremos a los ya mentados ejemplos.

Desayunó, hacia la tarde, jugo de vaca adobado con café. Pan de ayer tostado, mermelada y aguas burbujeantes transpirando el vaso opaco. No leyó el periódico, puesto que descreía de ellos, así como también de toda otra muestra de falaz actualidad. Se aseó con suma cautela, siempre con la cabeza a gachas. (Al lector promedio le parecerá extraño esto que damos por sentado, pero -y esto lo supimos casi póstumamente- es preciso remarcar que no había mal sobre este mundo que turbara más tanto a Octavio como la mera mención de espejos, u otros instrumentos de tortura igualmente inhumanos)

Consumado el ritual diario, abandonó su habitación en Paraguay y Boulogne Sur Mer, entregándose a las calles suavizadas por la niebla. Era un hombre taciturno, sumido habitualmente en las más crípticas cavilaciones, reparando rara vez en su entorno. No lo culpamos, puesto que, dada su naturaleza, esperar menos habría sido una necedad, o acaso una imperdonable falta de tacto.

Caminadas sus diez cuadras y doblado debidamente a la izquierda, cual batalla naval hundió de un zarpazo el timbre que flotaba en el 3-B. Contrariando su costumbre, esta vez no respondieron. Quizás por la hora o el mal clima, el velero de bronce reflotó y naufragó en reiteradas oportunidades, sin variar el resultado. Aunque, de más está decirlo, Octavio ya sabía esto, y es aquí donde radica su martirio.

Tras intentar abrir la puerta, a sabiendas de que habían echado llave, pidió ayuda a la mujer del portero en el instante en que ésta arribaba a sus espaldas. Con notorio desconcierto, la mujer entrada en años esgrimió la pulida pieza y le abrió paso, no sin antes preguntar -según dictan las buenas costumbres- por su salud y los motivos de su ausencia. Octavio le propinó una excusa vagamente premeditada, y se abocó a devorar las escaleras, adelantándose a asentir la pregunta que le hacían desde abajo.

Creemos pertinente agregar -excusándonos por la abrupta interrupción del relato- que, nunca habiéndosele dado un mejor uso a la palabra, Octavio era un adelantado, más en sentido literal que retórico; una suerte de vidente, impotente ante su patente estigma. Así, pues, su último día es el que aquí intentamos plasmar lo más fehacientemente posible, no obstante los vastos abismos lógicos que todo prodigio presenta.

Llegado al tercer piso, dejó pasar la puerta "A" por su derecha, y vaciló al enfrentarse a su objetivo de madera. Oyó, sin sorpresa alguna, al viejo del "C" intentar (infructuosamente) mover en silencio lade su puerta, tal como lo hacía siempre que oía ruido en el pasillo. A punto de embocar la llave, Octavio supo que la puerta estaba abierta, e hizo girar el cuerno helado de la misma.

Como en todo invierno porteño, la noche arremete con impaciencia, y para las 7 todo se halla ya bajo su manto. La ventana abierta dejaba ver la niebla disipada, brillando su ausencia bajo la luna llena. Mariana yacía en su cama, vuelta un capullo inextricable de sábanas ocre y mantas diversas.

Víctima de una reiteración constante, Octavio había vivido siempre en la más pura vigilia, en la frustración enardecida de la ausencia de azares, en la exaltación prematura de ver todo un segundo antes.

Para cuando estaba dando el tercer paso hacia la cama, supo en el baño un cuerpo desnudo, una figura masculina saliendo de la ducha. En un frustrado intento por silenciar a la muchedumbre vociferando entre sus sienes -demonios rabiosos en piel de recuerdos-, se asomó a la ventana, no sin antes contemplar (con el más terrible horror) al espejo tras la cama, adelantándose a sus pasos.

Sólo lo vio la altiva luna, cíclope omnisciente de esa noche de manos soltadas. Un segundo antes de hacerlo, ya se sabía muerto. Abrió los brazos, cerró los ojos y, resignado, se dejó caer.

jueves, diciembre 28, 2006

Gemidos

En las estrellas del balcón se adivinaban las 11 de la noche; si era viernes o sábado ya era fútil. El departamento alumbrado sólo por el destello azulado de la película que se hacía esperar mientras ellos se escapaban entre risas. En la cocina, el pochoclo ya empezaba a reventar con cierta prepotencia. En el pasillo, él echó una mirada cómplice y ella lo siguió sin pensarlo demasiado. Las palabras ya sobraban cuando el baño les abrió la puerta.

Se encontraron gimiendo al unísono, gozando cada milímetro de placer que escapaba de sus cuerpos convulsos. Se retorcían, se arañaban, mordían la nada; hacían entrechocar sus dientes mientras el sudor los lustraba, embelleciendo sus figuras semidesnudas, refulgentes bajo la penumbra y la luz tenue reflejada en azulejos.

De repente, el clímax. El, por su fisonomía más robusta, defecó en el inodoro. Ella, en el bidet. Una vez culminado el acto, echaron un poco de soda cáustica sobre éste último para limpiar las huellas del placer y se fueron juntos a ver una de Tarantino. En la cocina, el pochoclo echaban humo.

viernes, diciembre 08, 2006

Se retuerce mi nostalgia

Se retuerce mi nostalgia
al tocarte en el letargo,
pues el tiempo te ha tragado
y ya eres parte del pasado.

Construíme, cobijame.

Bajo el sol, o en plena lluvia,
se retuerce mi nostalgia,
que susurra salpicando
viejas dichas, otras vidas.

Destruíme, denigrame.

Mil penumbras te abrazaron,
desgarrando mis mejillas.
Se retuerce mi nostalgia
y los cielos hoy se asfixian.

Abrazame, abandoname.

Se retuerce mi nostalgia,
mas no el alma, tan curtida
por la flecha, por la brisa,
por la rosa ya marchita.

viernes, diciembre 01, 2006

Familia

Al igual que todo hombre, me encantaría en un futuro formar una familia. Ustedes saben: casarme, tener mi casita, mi auto, mi patio, perro, hijos, etc. Por supuesto que voy a esperar que mi familia sea la mejor familia del mundo: que mi mujer sea buena, que mi casa sea linda, que mi auto ande bien, que mi patio tenga flores, que mi perro no ladre (ni me cague la alfombra del baño) y que mis hijos sean perfectos. Ese "perfectos" significa que me encantaría que sean creativos, valientes, inteligentes... genios si se quiere. Es por eso que tomé la determinación de darles la mejor crianza que concibo para lograrlo: les voy a pegar a diario con un nervio de vaca... o con un látigo, o con una madera astillada (si la arranqué de un cajón de verdura y tiene un clavo oxidado, mejor), o con lo primero que encuentre. Voy a ser un padre violento, alcohólico y drogadicto. Voy a abusar sexualmente de la niñera (menor de edad) en el living de mi casa linda a la hora del almuerzo, le voy a decir "puta" a mi mujer buena, y si los chicos lloran, los voy a calmar con música de cámara y sedantes para animales. Probablemente también los haga dormir en jaulas y les dé con picana de vez en cuando, así aprenden también a contener los esfínteres por más de una o dos semanas.


¿O acaso ustedes conocen alguna persona con infancia feliz que haya llegado a la inmortalidad artística, cultural o intelectual?

miércoles, noviembre 22, 2006

Estúpido

Sí, además de desagradable y un largo etcétera, soy poco serio. Soy poco serio porque me gusta ser estúpido. Voluntariamente estúpido, claro está: no vayamos a confundirnos con los tantos otros tipos de estupidez. Soy poco serio, y consecuentemente estúpido, por sentirme vivo. Por el puro placer estético de contradecir a los muertos, que son eternamente serios a mi entender. Un muerto solo es gracioso por la mano humana de un tercero (estúpido, claro está) que lo maquilla, lo despeina y le hace morisquetas por detrás sin que el pobre finado pueda defenderse, o golpearlo estúpidamente como la situación lo ameritaría. Fuera de eso, un muerto es serio. Yo no estoy muerto, pero cuando lo esté, voy a tener tiempo de sobra para estarlo. Voy a tener tiempo de sobra para ser cadavéricamente serio y reservado. Hasta entonces, seguiré siendo estúpido.



Epílogo estúpido:

- Iba a terminarlo diciendo «el mismo estúpido de siempre», pero recapacité y la idea de la estupidez se dibujó en mi cabeza como una analogía de la madurez, que es algo que se va adquiriendo con el tiempo. Suena estúpido, lo sé, pero se me ocurrió que, si crecen juntas, no voy a ser el mismo estúpido de siempre como había pensado originalmente, sino que voy a ser cada vez más y más estúpido, puesto que cada día voy a ser, a la vez, más y más maduro.

- O te vas a volver menos estúpido porque cada vez vas a estar más muerto.

- No, creo que morir es el punto cúlmine de la estupidez... es la consagración del estúpido, que deja de tener una presencia corporal y pasa a ser algo más trascendente. Se separa del cuerpo y el estúpido se vuelve una entidad omnipresente (y estúpida), mientras que el cuerpo se vuelve serio.

miércoles, octubre 25, 2006

Amo...

Amo saborear la vibración del subte abriéndose paso entre tanta oscuridad eterna, entre el aire enrarecido y húmedo de subsuelos laberínticos, entre estaciones atestadas de cuerpos que ven el momento como una mera traslación de su casa aburrida a su trabajo aburrido de su vida aburrida. Me gusta mirar durante 1 hora el cielo de una noche nublada y que me sorprenda la primer gota en la frente.

Amo leer los cuentos circulares de Borges y, al terminar, decirle Hijo de Puta como si me escuchara mientras río solo.

Amo caminar por la costa del río en silencio.

Amo ver las estrellas de noche recostado sobre un techo.

Amo bailar como si fuera el único en la pista.

Amo olvidarme el paraguas cuando llueve en verano.

Amo que la música me estremezca el alma.

Amo que una palabra valga más que mil imágenes.

Amo el olor a lluvia mientras tarareo a Gene Kelly.

Amo las empedradas.

lunes, octubre 23, 2006

- Hola

- ¿Qué hacés?

- Bien, ¿vos?

- Todo bien.

- Me alegro mucho, che.

- Entonces, ¿vos todo bien?

- Si, bien, bien... tirando.

- Bueno, mandá saludos.

- Vos también.

- Chau, cuidate.


[ Levanta la mano en ademán de saludo mientras la puerta del ascensor se vuelve a cerrar, y continúa mirando la fría nada de la pared metálica... ]


La jerga jurídica es una de las cosas más estúpidas que escuché y leí en mi vida. Imaginen un lenguaje insípido e intrincado sin más sentido que el de demostrar la idoneidad (o pedantería) del letrado en cuestión. Absurdo, ¿no? bueno, ya tienen el concepto. Quizás el sentimiento de inutilidad que me inspira ese lenguaje (propiamente hablando) junto con situaciones vacías como la que cité más arriba (diálogo real entre abogados en un ascensor de Tribunales) hayan sido 2 factores cruciales al tomar la decisión de alejarme de mi tentativo futuro académico en el derecho. Hay un tercer factor (que, por razones personales, voy a mantener en silencio) que implica una fuerte decepción que tuve, y que fue el que más influencia tuvo en mi cambio de postura.

Que quede claro. Uno no es idiota por elegir una carrera que lo llene espiritualmente contra una que en teoría lo llenaría monetariamente. Los idiotas son ellos, infelices vanos que venden su vida y alma a cambio de una remuneración ostentosa. ¿De qué sirve eso? Escupo sus reglas. Me cago en sus reglas y me cago en ellos, en su "buena vida" y en su mugrosa credencial amarilla. ¿De qué sirve todo eso si llegan de la oficina y no hacen más que comer, mirar tele, dormir y despertarse al día siguiente a hacer lo mismo que el anterior y que el siguente? Y lo peor de todo, ¿de qué sirve trabajar para la justicia cuando son ellos mismos los primeros en robarle las monedas a esa pobre ciega, negando así su existencia, cosa que tanto pregonan al firmar sus escritos?

En cuanto a mí, ya dejé de cuestionarme por qué escribo estas cosas. Ahora simplemente me dejo llevar por el teclado bajo mis manos, como todo artista que se entrega a la improvisación libre. No hay suicidio más cobarde y atroz que la autocensura. Me cansé de pretender ser un cadáver políticamente correcto.